Quizás uno de los aspectos más positivo que nos deja este 2012 que
agoniza, es la apertura de la Mesa de conversaciones entre el gobierno y las
FARC-EP, en La Habana. Se abre así la posibilidad de encontrar una salida civilizada
al prolongado y doloroso enfrentamiento entre colombianos con todo lo que un
conflicto de tal naturaleza representa. Llegar a este punto no ha sido fácil.
Se trata de vencer la resistencia de sectores económicos, políticos, sociales y
militares muy poderosos que apoyados en la intervención norteamericana, se
niegan a aceptar la necesidad de una solución política para el conflicto social
y armado que desangra al país, porque consideran que sin la guerra estaría
amenazada su hegemonía de clase y por esa razón le temen a la paz; como dicen
que le teme el diablo a la cruz.
Le temen a la paz porque saben que para llegar a ella se debe
garantizar la justicia social, construir una verdadera democracia de esencia
popular y recuperar la soberanía patria; y una paz así concebida significa el
fin de sus privilegios, porque la justicia social no es otra cosa que la
obligación del estado de garantizar derechos fundamentales como educación,
salud, vivienda, pensiones a todos los nacionales, sustrayendo tales derechos de
las manos de la empresa privada a quien se los entregaron para convertirlos en
negocios rentables a costa del drama que significa para millones de colombianos
verse privados de los mismos, por no tener con qué comprarlos; saben que una
verdadera democracia implica participación popular en las decisiones
fundamentales, en la planeación de la economía, la política, lo social y las
relaciones internacionales, es decir el fin del predominio que ejercen mediante
el aplastamiento del contrario por la vía de la fuerza y saben que un régimen
de dominación política, violento y criminal como el que regentan, solo se puede
mantener por medio de la fuerza y para eso necesitan la guerra y el apoyo de
los Estados Unidos, a cambio de empeñar la soberanía y permitir el saqueo de
nuestros recursos naturales. Por eso no es cierto, como quieren hacer ver a
través de sus medios de desinformación, que la apertura de los diálogos sea una
dádiva del gobierno y una última oportunidad para la insurgencia producto de su
generosidad. Nada más lejano de la realidad. Si la Mesa de La Habana existe hoy
en día es gracias a la persistente lucha de millones y millones de colombianos,
que mediante las más diversa formas de resistencia no nos resignamos a que la
guerra fratricida, decretada desde el poder, sea el destino último de las
próximas generaciones de compatriotas. Dos cosas ciertas hay en torno a esta
cuestión. Una es la responsabilidad primera de la clase dominante en esta
guerra que nos desangra desde hace décadas y segunda, que solamente el pueblo
está en capacidad de imponer por la fuerza de su movilización, el fin del
enfrentamiento cuyos únicos beneficiarios son una indolente minoría de
privilegiados.
Tampoco es cierto que el dueño de la paz sea el presidente Santos,
como parece que lo considera desde la grotesca arrogancia propia de la
oligarquía colombiana. Acostumbrado desde la cuna a ver satisfechos sus
caprichos, basta escucharlo decir en tono imperativo y en forma de ultimátum
que si la Mesa no avanza como él desea, no tendrá ningún problema en levantarse
de la misma, ahogando en sangre las esperanzas de millones de colombianos
humildes que padecen en la carne y el espíritu las consecuencias del conflicto.
Para la burguesía es fácil decretar la guerra porque para ellos la misma es la
condición esencial para sostener sus privilegios, gracias a ella han podido
mantenerse en el poder frenando a sangre y fuego las transformaciones que las
fuerzas progresistas de la nación reclaman. Muy poco o nada los afecta la confrontación.
Finalmente los combatientes muertos en las filas de las fuerzas armadas
oficiales y en las de la insurgencia son hijos del pueblo, como lo son los
dirigentes sindicales y populares asesinados en esa otra forma de la guerra que
llaman sucia y también los campesinos, indígenas y afros desplazados de sus
tierras por las bandas al servicio del narco- para- latifundismo y de las
compañías transnacionales, así como lo son las comunidades que hoy ven amenaza
su existencia por la arremetida de la locomotora minero-energética contra sus
territorios.
Por nuestra parte, sin temor a equivocarnos, podemos decir que la paz
le pertenece al pueblo y su conquista no podrá ser sino obra suya. Esta verdad
tan simple es necesario no olvidarla porque lo que está en juego es nada más y
nada menos que el destino de la patria, con todo lo que ello significa. Es
vital entender la Mesa como el escenario donde se enfrentan dos visiones
diametralmente opuestas de país. La tradicional que ha imperado desde cuando
una mezquina minoría frustró el sueño del Libertador en los albores de nuestra
nacionalidad y la otra; la idea de nación que emerge como construcción y sueño
colectivo del sudor y la sangre de millones de compatriotas.
Es importante tener en cuenta que, como pocos, el año que se inicia,
será decisivo para el futuro de Colombia. De un lado de la Mesa, ya el
establecimiento ha venido hablando por boca de sus voceros y de qué manera.
Presidente, ministros, gremios, directores de medios de comunicación,
congresistas de los partidos de la coalición de gobierno, opinadores y
expertólogos pagos, algunos altos mandos militares, el jefe de la delegación de
gobierno en La Habana. Todos a una, repiten en coro: Esta es la última
oportunidad, si no aceptan las generosas condiciones de la sociedad serán
aniquilados, el modelo económico no está en discusión, el sistema democrático
no es negociable, las reformas que requiere el país ya están siendo discutidas
por el Congreso, la seguridad inversionista y los derechos del capital están
garantizados, si las FARC aspiran a algunos cambios deben entregar las armas,
desmovilizarse y cuando sean elegidos por las mayorías podrán hacer los cambios
que quieran y un larguísimo etcétera que desnuda de pies a cabeza la verdadera
catadura de la clase dominante. La reciente aprobación del TLC con la Unión
Europea, del fuero militar, la reforma tributaria y los anunciados incrementos
del presupuesto de guerra, el píe de fuerza y todo el demagógico y reaccionario
paquete de leyes y reformas impulsado desde el gobierno ratifican el rumbo por
el que pretenden mantener el país.
Por esto, las FARC-EP, al saludar a los colombianos al inicio del 2013
no puede más que convocarlo a que asuma un papel protagónico en ese escenario
de discusión de los grandes temas nacionales que es la Mesa de conversaciones,
algo que sabemos no podrá conseguirse sino a través de su propia movilización y
lucha, única forma de romper el aislamiento y la distancia que busca imponer el
gobierno a la Mesa respecto del país nacional. Requisito indispensable para
avanzar en esa dirección es la convergencia de los distintos sectores
alternativos, de las diversas formas de resistencias que mediante variadas
formas de acción de masas se han venido oponiendo al modelo oligárquico y anti
patriota imperante. Que se escuche al otro lado de la Mesa. Que junto a la
insurgencia, el pueblo tome la palabra. Que la otra visión de país haga
escuchar su voz: trabajadores, campesinos, desplazados, indígenas, afros,
mineros artesanales, jóvenes, estudiantes, defensores de derechos humanos,
partidos y movimientos políticos distintos a los tradicionales, las iglesias,
organizaciones sociales, personalidades democráticas, mujeres y hombres del
común, la comunidad LGBTI; todos, absolutamente todos los matices que integran
el arco iris de nuestra nacionalidad deben estar allí presentes, si de verdad
lo que se pretende es la construcción de una paz estable y duradera. Entender
que no se trata solamente de solicitar al gobierno que permita su participación,
se trata de imponer este derecho mediante la movilización de todos los sectores
interesados en la construcción de una verdadera paz con justicia social,
democracia y soberanía. Que se abra la Mesa a la participación de todos
aquellos interesados en la reconstrucción del país, que confluyan en un solo
proceso las conversaciones con todos los grupos insurgentes, que se posibilite
el más amplio y democrático intercambio entre los colombianos y el resultado
sea un nuevo contrato social que refleje la diversidad y riqueza de nuestra
nacionalidad. Solo así, estaremos cimentando sobre bases ciertas una nueva
Colombia.
Alcanzar la paz es una necesidad inaplazable para Colombia. Por esto,
no podemos permitir que los afanes electorales del gobernante de turno primen
por sobre el interés de todos los colombianos; poner plazos perentorios no solo
no es realista, es una actitud criminal. La paz es el bien más preciado de una
nación. La paz le pertenece al pueblo y su misión histórica es imponerla a
quienes insisten en el camino de la guerra. Esa debe ser la tarea central que
cope la agenda de todos los colombianos en el año que comienza. Desbordar con
una masiva participación los escenarios convocados por la Mesa e imponer la paz
a los enemigos del pueblo mediante la movilización y lucha en las calles y
carreteras del país.
Y junto a nuestro pueblo, a ese empeño, estarán dedicados todos los
esfuerzos, toda la voluntad, todo el trabajo de los combatientes farianos, a lo
largo y ancho del territorio nacional. Nuestra vocación por la paz, hoy
testimoniada en la orden unilateral de cese al fuego por 60 días, se levanta
como muralla frente a los que insisten en el camino de la guerra, seguros como
estamos que la paz con justicia social, democracia y soberanía, es el mayor
anhelo de los colombianos, su necesidad más imperiosa, la más revolucionaria de
todas sus aspiraciones. Esa es la senda que desde 1964 nos dejaron trazada los
indómitos marquetalianos.
¡Por la paz con justicia social, democracia y soberanía! Movilización
y lucha de masas.
¡Somos FARC, Ejército del Pueblo!
Montañas de Colombia, diciembre de 2012.
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