Por Timoleón Jiménez, integrante
del Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP
Montañas de Colombia, 28 de diciembre de 2012 / El 20 de diciembre de
2012 fue publicada a página entera en el diario EL TIEMPO la carta que FEDEGAN
dirigió al señor Bruno Moro en particular, y a los ganaderos colombianos y
opinión pública en general, a objeto de explicar su ausencia del foro sobre
Desarrollo Rural Integral que se cumplía en la capital del país. La misiva
tiene la virtud de expresar de manera franca el enfoque del gremio que la
suscribe, lo cual resulta un importante aporte al desbroce de las causas del
conflicto colombiano y al estudio de las fórmulas más justas para salir
definitivamente de él.
De acuerdo con la versión de FEDEGAN, la fecha de hoy, 28 de
diciembre, parece más que apropiada para representar el clamor de los santos
inocentes del campo colombiano, según el cual lo vivido por su gremio
representa un fenómeno de despojo masivo y verdadero genocidio. Es abiertamente
conocido que las tierras dedicadas a la ganadería extensiva en Colombia
sobrepasan por lo menos en diez veces las destinadas a la agricultura,
protuberante realidad ignorada en la carta y que más bien trae a la memoria la
fábula de Rafael Pombo sobre la pobre viejecita.
FEDEGAN cuenta aún con suficiente poder como para que su versión de la
historia sea incesantemente difundida por la gran prensa, influencia de la que
han carecido desde tiempos inmemoriales las grandes masas de campesinos,
indígenas y mineros secularmente violentados. Este escrito, por ejemplo, no lo 4publicaría
jamás EL TIEMPO. Pero no sólo los grandes ganaderos promovieron y financiaron
el paramilitarismo para persistir con su vieja tarea expropiadora. También lo
hicieron grandes compañías agrícolas y mineras. En vergonzante contubernio con
la fuerza pública y buena parte de la clase política.
De lo que se trata ahora es de confundir las cosas. A los grandes
ganaderos con los medianos y pequeños, a los poderosos empresarios del agro con
el campesinado pobre, a los guerrilleros revolucionarios con los paramilitares
sin entrañas, al desarrollo rural con el bienestar exclusivo de algunos, a los
diálogos de paz con la rendición incondicional de la insurgencia. Una
estrategia suficientemente conocida para evadir las responsabilidades directas
en el conflicto. Mientras FEDEGAN y los otros implicados no las reconozcan y
asuman, estaremos muy lejos de alcanzar la paz.
Con el argumento de que las FARC han destruido el campo durante más de
medio siglo, FEDEGAN rechaza de plano que asuntos como el Desarrollo Rural y la
Tierra sean negociados con nosotros. En realidad a las FARC, como lo sostuvimos
desde la primera reunión con el gobierno, no nos interesa negociar nada en la
Mesa de Conversaciones. Nunca hemos entendido la paz como el producto de un
acuerdo de intereses entre el Gobierno y los guerrilleros, sino como el resultado
del diálogo abierto con todos los sectores de la realidad nacional. Con esa
perspectiva concebimos el foro de que tratamos.
FEDEGAN ocupa apenas un peldaño más alto que la posición oficial en
torno al proceso de paz en curso. Su carta deja al descubierto que el gremio
está pensando seriamente en reconvertir su actividad tradicional, amenazada por
la lógica neoliberal de los tratados de libre comercio, a fin de ponerse a tono
con las posibilidades de la creciente demanda mundial de alimentos y biocombustibles.
Sus nuevas banderas son la gran agricultura empresarial de exportación y la
ganadería moderna y sostenible, coincidiendo con el inocuo estribillo oficial
de generar de este modo empleo y bienestar general.
Su carta pretexta que Desarrollo Rural no puede significar reparto de
tierras destinadas a la proliferación de nuevos minifundios. Se trata es de
crear condiciones para que los campesinos que tercamente aún sobreviven, puedan
asociarse libremente con la gran empresa y obtener conexión con los mercados.
Como quien dice, el burro amarrado expuesto al tigre. Su coincidencia con las
locomotoras santistas es plena, con énfasis en que la restitución de tierras
debe afectar exclusivamente a las que están en manos de narcotraficantes u
organizaciones ilegales, mientras las demás deben permanecer intocadas.
Lo que les disgusta sobremanera es que se discuta ese asunto con las
FARC. Su negativa de asistir al foro nada tenía que ver con que los acusaran
allí de paramilitares y asesinos, cuestión que daban por descontada y que los
tenía sin cuidado. Se relacionaba más bien con su desacuerdo en celebrar un
evento así, capaz de despertar un sinnúmero de reclamaciones y aspiraciones
sobre el destino del campo, completamente distintas a lo ya definido por el gobierno.
¿Para qué azuzar ante tanta gente el avispero de la inconformidad y la
peligrosa cuestión de la redistribución de la tierra?
FEDEGAN no comparte que se les haya reconocido a las FARC un carácter
deliberativo. Y mucho menos a todas esas organizaciones y personas que describe
como de izquierda radical. ¿Para qué ir a repetir ante ese público tan
refractario las propuestas que una y otra vez ha hecho al gobierno y que él no
solamente conoce sino que ya implementa? Igual a como obraron las autoridades españolas
frente al reclamo de los comuneros de José Antonio Galán, o el Frente Nacional
ante los ruegos de los colonos de las zonas agrarias, de lo que se trata ahora
es de imputar toda clase de crímenes a sus contradictores.
Y a eso se dedica FEDEGAN. A difamar con toda intensidad de las
FARC-EP, para tapar con un dedo la irresistible radiación emitida por sus
propias atrocidades. Claro que las FARC hemos apelado al uso de las armas, para
defender nuestra vida y la de los miles y miles de colombianos agredidos y
perseguidos por la violencia del Estado y sus grupos de asesinos encubiertos.
Claro que hemos golpeado a los patrocinadores del paramilitarismo, a los
sucesivos ejecutores del terror contra el pueblo colombiano. Y en ello hemos
perdido miles de vidas. Y sufrido indeciblemente.
Como los centenares de miles de compatriotas que perdieron la vida
sólo en el último cuarto de siglo a manos de la ofensiva terrorista del Estado.
Como los millones de desterrados y despojados por la misma locura que hoy se viste
de ley para culminar su obra. Si los señores de FEDEGAN adoptaron libremente la
decisión de no asistir al foro sobre Desarrollo Rural Integral, las FARC-EP,
que sí queríamos acudir, no pudimos hacerlo porque el gobierno nacional, en su
particular manera de concebir la discusión democrática y la paz, se opuso
terminantemente a ello. La única voz que al final cuenta es la suya.
La política de desarrollo rural del Presidente Santos, otro santo
inocente, al igual que todas sus demás políticas, atiende solamente los
intereses de un grupo selecto, ha sido concebida a espaldas de la mayoría de
sus destinatarios y afectados. Creemos, al igual que muchísimos colombianos,
que la voz de estos debe ser escuchada y atendida. La democracia y la paz
significan eso, un foro permanente de discusión sobre el destino del país y la
sociedad. Que se atienda y respete la opinión de la gente. Cuando eso suceda,
habrá desaparecido por fin el conflicto armado en Colombia. Es así de sencillo,
señores.
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