Quizás
la clave de su zozobra se encuentra en el espinoso asunto de la paz, de
la búsqueda de la solución política al largo conflicto armado.
Por Gabriel Ángel
Por Gabriel Ángel
La
enfebrecida dinámica de la política colombiana actual es el reflejo en
la mentalidad social de la manera tan rápida en que se ahondan las
profundas contradicciones que configuran el quehacer nacional. Las cosas
mutan de modo sorprendente, despertando un agitado coro de posiciones
encontradas. Lo que hasta ayer nos parecía estable y definitivo, se
derrumba de repente ante nuestros ojos, poniendo al desnudo realidades
impensables. Ninguna teoría sagrada se mantiene en pie, al tiempo que
ningún prestigio se conserva incólume.
Los
empresarios dispuestos a depredar la geografía ambiental y humana en su
afán de explotación minera, renuncian de modo formal a su proyecto de
desviar el río Ranchería, arguyendo que enfrentan un descenso inesperado
de los precios de los recursos naturales en que fincaban pingües
ganancias. Ecopetrol anuncia que no piensa invertir un solo peso en
actividades exploratorias en Colombia, por cuanto el exceso de
competencia ha elevado a niveles escandalosos los costos de esa
actividad. La confianza inversionista espanta las inversiones de la más
poderosa empresa nacional.
La
hasta ayer más afamada firma de corredores de valores se derrumba
intempestivamente, develando la mar de truculencias ocultas tras su
respetable actividad en el mundo de los negocios, dentro de las cuales
no faltan los vínculos con los más repudiados caposal borde de la
extradición.El alcalde de Bogotá pasa alternativamente de príncipe a
villano, según su voluntad de favorecer la privatización o la
oficialización de los distintos servicios en la capital.La rama judicial
entra en paro a fin de hacer cumplir la ley,bajo las agrias condenas
del gobierno que termina celebrando acuerdos con ella. Estalla la
inconformidad en amplios sectores de trabajadores de la justicia, renace
de nuevo el paro, el Procurador amenaza mientras el Fiscal General
apoya, en fin, un caos.
Recién
homenajeaban al ministro de agricultura por la publicación de la
vigésima edición de su tratado de Hacienda Pública, verdadera biblia de
la materia en universidades de élite, cuando el mismo gobierno hizo
público su proyecto de reforma tributaria, un atentado frontal contra
todos los principios en materia de impuestos que expone Juan Camilo
Restrepo en su obra. Uribe, quien posó fanfarrón de haber vencido con su
seguridad democrática a la insurgencia, el mismo que materializó el
acuerdo que posibilitó el juzgamiento de militares incursos en graves
delitos por los jueces ordinarios, promueve y consigue que su entonces
ministro de defensa y hoy Presidente, se apersone del restablecimiento
generalizado del fuero militar, argumentando que hay que evitar que las
FARC sigan arrinconando al Ejército.
Y
como si fuera poco, tras ser uno de los principales responsables por la
erráticas actuaciones de la diplomacia colombiana frente al litigio
impulsado por Nicaragua, decide ahora marchar en San Andrés y reclamar
en tono airado y vergonzante la rebeldía irracional ante al fallo de La
Haya. Increíble. La dirigencia política que no se inmutó por la
conversión de nuestro país en la más grande base norteamericana en
Suramérica, que aprobó sin resquemores el libre comercio con las grandes
potencias en desmedro de la industria y la producción nacionales, que
cuadriculó cuidadosamente la geografía nacional para entregarla por
lotes a las transnacionales mineras, que puso al Ejército colombiano al
mando de generales gringos, ahora se muestra hondamente herida en sus
sentimientos patrióticos porque un pequeño país centroamericano les ganó
limpiamente un pleito en derecho.
Resulta
ahora que el gobierno de Colombia, que ha amenazado siempre a las FARC
con la aplicación de los tratados y leyes internacionales, reclama
enfurecido la inconveniencia y la arbitrariedad del derecho
internacional. Y renuncia con gesto de dama indignada al cumplimiento
del Pacto de Bogotá, uno de los pilares del sistema interamericano. Los
dos grandes patriarcas del bipartidismo colombiano, Laureano Gómez,
fungiendo como canciller, y Alberto Lleras Camargo, primer Secretario
General de la OEA, legaron a la oligarquía colombiana el refinado airede
arquitecta de aquel sistema. Juan Manuel Santos, quien se reclama un
sangre pura de esa casta privilegiada, insulta hoy su memoria.
Definitivamente las cosas están cambiando. Es Colombia, y no Venezuela o
Bolivia, quien hunde traicionera la daga al panamericanismo.
Un
extraño virus parece enloquecer las alturas dominantes. Al parecer el
miedo a perderlo todo las mueve a obrar como elefantes en cristalería. Y
quizás la clave de la zozobra se encuentra en el espinoso asunto de la
paz, de la búsqueda de la solución política al largo conflicto armado.
Una certeza ronda en el ánimo de los analistas más avizores. Si alguna
cosa queda comprobada tras el desmedido esfuerzo de guerra de la última
década, es que el aplastamiento de la insurgencia es un asunto
imposible. Se la podrá frenar, contener, cada vez a un mayor costo, pero
no va a ser posible vencerla. La economía del país no aguantará por
mucho tiempo ese creciente gasto en vano, más cuando crece la
desigualdad y la inconformidad social de manera abrumadora. El peligroso
coctel de pueblo enardecido y guerrilla debe ser evitado a toda costa.
Por eso el nuevo intento de salida política.
La
mentira piadosa con que pretenden ganar simpatías, sugiere que las
enormes sumas destinadas a la guerra podrían ser redirigidas al urgente
gasto social. En realidad su mayor preocupación es alcanzar una paz lo
más barata posible para los de arriba. Allá tienen sus propios problemas
con la crisis financiera y la inconsistencia de su proyecto económico,
no tienen el menor interés en meterse la mano al bolsillo para beneficio
de campesinos, obreros, negros, indios y chusma desempleada. Se trata
de conseguir la paz al tiempo que se les rebajan los impuestos a los más
poderosos capitales y se grava sin piedad a la gente del común, de
disminuir el gasto militar para redestinar esos recursos a la
satisfacción de la creciente deuda pública, de ajustar las finanzas a
los requerimientos internacionales. Armar ese rompecabezas no es fácil.
Los
continuos titubeos y yerros revelan que se obra con el método
pragmático del ensayo y el error. A ver qué pasa. Por eso se inician
aproximaciones para conversar, al tiempo que se toma la decisión de
matar al interlocutor. Muerto Cano quizás se entreguen los otros. No
funcionó, habrá que ensayar la Mesa. El problema es que ésta genera
enormes expectativas en el país, despierta el espíritu de quienes han
creído en ello siempre. Cita a la enorme masa a la plaza. Entonces Mesa
sí, pero al mismo tiempo no. Se firma en el Acuerdo General que "la
construcción de la paz es asunto de la sociedad en su conjunto, que
requiere de la participación de todos, sin distinción…", pero hay que
oponerse luego a cualquier intento de vinculación directa de la sociedad
con la Mesa. Se reconoce en el Acuerdo que "el desarrollo económico con
justicia social y en armonía con el medio ambiente, es garantía de paz y
progreso…", pero luego se sale a decir que no se discutirá el modelo
económico.
Con
su idea preconcebida en la cabeza acerca del desarrollo rural, ad
portas de abrirse el debate sobre el primer tema de la Agenda acordada,
el gobierno de Santos advierte públicamente, por boca de su cabeza de
delegación en La Habana, que allí no va a discutirse el modelo de
desarrollo rural, sino el modo en que la guerrilla va a articularse en
el proyecto gubernamental para el campo. Y a nada más. Como quien dice,
cuál va a ser la extensión de la tierrita que adjudicarán a cada
desmovilizado y cuánto le van a prestar, o cuál es el empresario al que
deberá asociarse o arrendarle su parcela. ¿Tiene eso alguna seriedad?
Son ensayos que ponen de presente la mezquindad que los inspira. Y que
comienzan a ser percibidos en su auténtica dimensión por el gran
público.
Se
acuerdala celebración de un foro a fin de recoger de la opinión
nacional insumos para el debate entre las partes, pero el gobierno se
niega de manera radical a admitir que la Mesa tenga contacto de algún
modo con el pueblo de Colombia. Más aún, pretende imponer que ningún
colombiano o extranjero pueda tener la mínima conversación con las
FARC,como si la sede de la delegación en La Habana fuera en una especie
de cárcel, de donde los guerrilleros confinados sólo puedan salir a sus
sesiones en la Mesa y nada más. Siempre lo mismo, impedir el mínimo
acercamiento entre la población indignada con las políticas oficiales y
la insurgencia revolucionaria. Recién acaba de encarcelar, acusados de
ello, a un buen número de intelectuales que a su juicio no son presos
políticos. El gobierno colombiano cree que nadie se da cuenta de sus
manipulaciones y maniobras engañosas, que nadie tiene en Colombia idea
de lo que él trama para hacerlo pasar como proceso de paz.
Por
eso se atreve a asegurar con voz oronda en todas partes, que no perderá
nada si las conversaciones se rompen. Está errado por completo. Apenas
un par de meses atrás, Santos tuvo un extraordinario repunte en las
encuestas. Su deteriorada imagen se elevó a índices no imaginados por él
mismo. Y todo por el anuncio de apertura de conversaciones de paz con
las FARC. Por haber expresado su intención de buscar una solución
distinta a la guerra para el grave conflicto colombiano. Su popularidad
ha dado un verdadero salto al descenso en las últimas encuestas, y ello
obedece precisamente a su actitud frente al tema que le sirvió para
encumbrarse. Su desprestigio crece aceleradamente. La gente se dio
cuenta de su falta de sinceridad, de sus abiertos propósitos de
engañarla. Y no está dispuesta a dejarlo obrar así.
Algunas
cosas elementales sirven para deducirlo. La furiosa andanada contra el
discurso de las FARC en Oslo no podía menos que poner de presente la
empecinada obsesión neoliberal del gobierno. Y no puede pensarse que la
gente en Colombia es absolutamente ignorante en relación a los nefastos
efectos que se traen consigo esas políticas. Como si fuera poco, la
embestida ciega del ministro de la defensa ante el anuncio del cese
unilateral de fuegos por parte de las FARC, bastó para poner al desnudo
la hipocresía de la clase dominante. Desde los tiempos de Uribe, y hasta
hace muy poco, todos los dirigentes oligárquicos de Colombia, y hasta
los no oligárquicos que comen de su mano, exigían con arrogancia a las
FARC el cese de fuegos unilateral como condición inamovible para abrir
el diálogo. ¿Por qué las condenan ahora por decretarlo? No hay duda de
que las cosas están cambiando muy de prisa. En el país de hoy no va a
resultarles gratuito haber destapado la caja de Pandora. O se ponen
serios, o tendrán mayores sorpresas. La gente está que brinca.
Montañas de Colombia, 1 de diciembre de 2012.
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