“Mujer Fariana”, 2008. Obra de la pintora, artista y guerrillera INTI MALEYWA |
Por Lizeth, guerrillera de
las FARC-EP
Jueves, 11 Octubre 2012
22:30
A un año de la muerte física de
los once heroicos guerrilleros que cayeron bajo las criminales bombas del
imperialismo yanqui y esta cruel oligarquía que no tiene piedad para asesinar a
los pobres de mi patria. En memoria a Yuribí, el nombre de guerra de mi
hermanita, quien desgraciadamente también cayó en el cobarde bombardeo del 11
de octubre de 2011, junto a 10 compañeros más.
A un año de la muerte física de
los once heroicos guerrilleros que cayeron bajo las criminales bombas del
imperialismo yanqui y esta cruel oligarquía que no tiene piedad para asesinar a
los pobres de mi patria.
En memoria a Yuribí, el nombre
de guerra de mi hermanita, quien desgraciadamente también cayó en el cobarde
bombardeo del 11 de octubre de 2011, junto a 10 compañeros más.
Quiero hacer un recuento de
nuestra vida. Esto es muy duro para mí, pero me veo en la obligación de
hacerlo. Para que el mundo se dé cuenta de la situación que vive este país. ¡Y
para que resuelvan si nuestra causa es justa o no!
Mi hermana y yo
Nosotros pertenecemos a una
familia pobre. Mi familia, por parte de papá, vive en Barranquilla, y por parte
de mamá, en Norte de Santander. En este último fuimos criadas nosotras.
Mis primeros recuerdos de
infancia son muy trágicos. Yo tendría unos seis años y mi hermanita unos 10.
Una mañana amanecimos rodeados de gente uniformada. Nosotros nos asustamos
mucho, y pronto nos dimos cuenta que eran los paramilitares revueltos con el
Ejército. Luego se llevaron a mi padre y a otro poco de gente más. Como a 20
minutos de donde nosotros vivíamos. Como mi padre y mi madre estaban separados,
unos de mis hermanos estaban con mi mamá y otros estábamos con mi papá. Como
vivíamos cerca, a unos dos minutos de camino, mi hermana mayor corrió a avisar
a los otros. Nos reunimos todos en la casa de mi papá, a rezar y a llorar por
él. Estando todos ahí, escuchamos unos disparos y ráfagas de fusil del lado
donde se los habían llevado. Nos desesperamos más. Era algo muy terrible pensar
que los estaban matando.
Sufríamos mucho, sentimos como
si nos estuvieran arrancando el alma. Como a la hora llegó mi papá, pero esa
hora se nos hizo una eternidad. Al fin había llegado. Lo abrazamos y lo besamos
de la alegría porque no lo habían matado. Luego él nos contó que los disparos
que se oyeron era que estaban matando a un arriero, conocido nuestro. El sapo
informante de los paracos lo había acusado de colaborador de la guerrilla. Nos
contó que le pegaron más de cien tiros porque él no caía al piso, y pedía agua.
Y los paracos estaban asustados, decían que era el demonio. Hasta que lo
despedazaron a tiros.
Al otro día llegaron nuevamente
los paracos a la casa. Nosotros teníamos miedo. Se regaron por todo el camino
real, y agarraron a un muchacho muy joven que venía con unas mulas. Lo
amarraron a un lado del camino y le pusieron al frente la macheta que llevaba
él mismo en la cintura. Con las manos atadas a la espalda. A nosotros nos daba
pesar ver a ese muchacho ahí humillado. Sin poder hacer nada por él. Luego,
como al mediodía, vimos cuando venía un señor que había sido obrero nuestro,
era un trabajador, como nosotros. Venía borracho. A lo que vio el brazalete de
AUC se asustó y salió corriendo en zigzag.
Luego se formó la plomacera,
nuevamente, pero ya en presencia nuestra. Yo estaba muy asustada y me abracé a
mi papá. Él me tapó los ojos, pero yo, entre lloriqueos y susto, miraba lo que
estaba pasando. Y una de mis hermanas se quedó ahí, como una estatua, con los
ojos toteados y asombrada. Entre tantos disparos, por fin le pegaron un tiro en
la rodilla, y luego le cayeron con machetes como fieras hambrientas, y lo
picaron en trocitos. Y luego fue lo peor. Ver al comandante de ellos, cómo se
lamían la sangre que escurría por la macheta. Al ver eso, no sé cómo, me le
solté a mi papá de los brazos y me metí debajo de la cama, aterrorizada por
todo aquello.
Mientras vimos ese drama, no
nos dimos cuenta a qué hora habían degollado al muchacho que estaba amarrado.
Después de todo aquello, el comandante de ellos le preguntó a mi papá que si
los niños más pequeños habíamos visto lo que había pasado. Pero él no les
respondió nada, estaba indignado. Enseguida se fueron a matar más gente en
otras casas.
Entonces nos reunimos todos y
enterraron los muertos al lado de la casa. Y mi papá decidió que lo mejor era
irnos de esa zona. Él rebuscó en todos lados, vendió lo que pudo para juntar el
pasaje, para viajar a donde estaba su familia, a Barranquilla. Ahora seguía
otra etapa difícil para nosotros. La separación de padres. Papá se iba con
cuatro hijos, y mi mamá se quedaba con tres. Entre los que se quedaban con mi
madre estaba Yuribí, ella nunca quiso separarse de ella. Pero nosotros no
alcanzamos a irnos, cuando ya venían los paracos en retirada.
Como había mucha gente reunida
en una casa, que se iban también, los paracos sacaron a todos los hombres y los
hicieron formar en hileras, y ponían al informante al frente, y él señalaba a
quiénes podían matar. Habían sacado ya como a tres de la fila. Sus familiares
lloraban y suplicaban que los dejaran en paz, que ellos eran inocentes. De
pronto el informante señaló a mi papá. Nosotros nos estremecimos y temblábamos
de miedo, pero no pasó nada porque tras señalarlo, el sapo dijo que él era un
pobre hombre lleno de hijos. Entonces nos volvió el alma al cuerpo y lo dejaron
en paz. Pero siempre mataron como a cuatro, y a los demás nos dijeron que nos
fuéramos, que si nos volvían a ver no nos perdonarían. Ese mismo día nos fuimos
nosotros, llegamos a Cúcuta, y de ahí nos embarcamos en un bus rumbo a
Barranquilla.
Durante el viaje, era
maravillosa la emoción por conocer una ciudad tan grande. El bus paraba a las
horas de las comidas y para tomar refrescos, el viaje duró como día y medio. La
primera impresión fue a la entrada de la ciudad. Un puente grandísimo, unas
aguas inmensas. Luego una panadería grandísima. Eso lo miraban por primera vez
mis ojos. Estábamos felices, pero no era suficiente para olvidar el pasado,
porque en aquel infierno habían quedado nuestros corazones, nuestra madre y
nuestros hermanos. Allá tuvimos muchas experiencias maravillosas, conocimos a
nuestros tíos y primos, y a nuestra querida abuelita. Por cierto, era muy linda
con nosotros. Con esa parte de la familia fuimos al centro, manejamos carritos
chocones, conocimos el estadio de Barranquilla, fuimos al mar.
Todo eso era maravilloso. Pero
también había allí una triste realidad, niños pidiendo limosna, ancianos en la
calle, ladrones, atracadores, había de todo entre esos enormes edificios y
sitios hermosos, se miraba un cuadro de miseria, una desigualdad enorme.
Después de unos días mi papá se regresó para el Norte y nos dejó a nosotros con
un hermano de él. Y nos metieron a la Iglesia Pentecostal. Donde nosotros
vivíamos era una calle pobre, las calles no estaban pavimentadas. Allí
estuvimos hasta que regresó mi padre. Volvió por nosotros. Esa noticia nos
alegraba por un lado y por el otro nos entristecía.
Nos alegraba porque nos
reuniríamos nuevamente con nuestra mamá y mis hermanos. Nos entristecíamos
porque dejábamos esa ciudad tan bonita, el mar que ya nunca volveríamos a ver,
y también aquellos tíos y primos que no volveríamos a mirar, y aquella abuela
tan tierna, que iba a sufrir, porque se había encariñado con nosotras.
Bueno, de regreso a Cúcuta. La
felicidad más grande. El encuentro familiar, el saber que no les había pasado
nada, el recuento de aquella triste historia. Pero había algo que no me gustó
nada, que mi mamá estaba viviendo con otro señor, papá también con otra señora
que había trabajado en el bar y que tenía dos hijos. Y yo iba a cumplir ocho
años. Me los celebraron y seguí al lado de mi papá, él tenía una casetica donde
vendía arepas rellenas con huevo. Con eso nos ganábamos la comida.
Mi hermana mayor se casó y tuvo
una niña. Y como yo odiaba a la madrastra y ella a mí, me fui a vivir con mi
hermana. Ella vivía en Ocaña, yo le cuidaba la niña y también estudiaba. El
cuñado era muy borrachín pero nunca nos hacía falta la comidita. Yo estudié
como dos meses y luego me pegó mamitis, y me vine para el campo, con mi madre y
mi hermanita Yuribí. Pero había otro problema, que tampoco me la llevaba bien
con mi padrastro. Porque él nos pegaba, a nosotras y a mi mamá también. Y no
trabajaba. Y se tomaba la plata que nosotras nos ganábamos. Nunca traía un
grano de arroz a la casa. Esa vida que me tocó vivir con mi mamá era terrible.
Cuando cumplí los diez años mi
hermanita Yuribí tenía catorce. Nosotras nos queríamos mucho. Ella, como era
mayor, me llevaba por doquiera que ella iba. Pero un día mi mamá nos mandó a
traer una carne. A Yuribí, mi otro hermano, que me llevaba dos años, y yo. Al
llegar a la caseta nos encontramos con los guerrilleros de las FARC. Yuribí
tenía ahí un novio y estaba con los demás. Para nosotros, en la vereda, la
guerrilla era como una autoridad, nos eran muy familiares, porque todos los
días los mirábamos y ellos eran muy buenos y amables con nosotros los
campesinos. A veces nos daban economía. Ellos se ganan el cariño de la gente,
no con palabras, sino con hechos. ¡Y cómo no va a querer uno a gente que es tan
amable, cariñosa y respetuosa con uno! Que son todo lo contrario de los
soldados y paramilitares que llegan es a matarnos y a desplazarnos y a
humillarnos.
Entonces, como el novio de mi
hermana estaba allí, nos pusimos a andar con ellos. Y nos quedamos a dormir en
la casa del jefe de la milicia. Nos acostamos los tres hermanos y el novio de
Yuribí, sobre una carpa. Esa noche mi hermana me había dicho que ella había
ingresado, pero yo no le creí. Al otro día, como a las 6 de la mañana, nos
despertamos mi hermano y yo solos. Preguntamos por Yuribí y nos dijeron que
ella se había ido con los guerrilleros. Yo pensé en irla a buscar, pero mi
hermano dijo que no, que nos fuéramos para la casa. Y nos fuimos sin carne y
sin Yuribí. Pero mi madre ya venía en camino a buscarnos. Cuando nos preguntó
por Yuribí no sabíamos qué responderle. Pero al fin le dijimos, y ella, de la rabia
que cogió, no lloró en el instante. Sólo dijo “Yo sí lo supuse”. Al llegar a la
casa nos inundó la nostalgia de pensar que ya no volveríamos a ver a Yuribí.
Para mí era muy duro, porque era la hermana que yo más quería, y se había ido
para la guerrilla dejándome sola, sin quién me apoyara, sin quién me defendiera
del padrastro.
De ahí para adelante todo se
complicó para mí. Me tocó aprender a cocinar. Nos turnábamos, una semana mi
hermana que era melliza, otra el hermano que nos acompañaba cuando se fue
Yuribí, y la otra semana yo. Porque mi mamá trabajaba como un hombre para
darnos de comer y vestirnos. La situación con mi padrastro fue peor. A mí me
pegaba cada rato, y a mi mamá también. Un día llegó mi hermano mayor y se iba a
dar machete con él, pero mi mamita, con lágrimas en los ojos, se lo impidió.
Todos estábamos cansados de esa situación.
A los días de haber ingresado a
la guerrilla, mi hermana llegó a visitarnos. Nos contó que estaba bien, que
allá era muy bonito, que se trataban como una familia muy unida. Pero en cambio
nosotros le contamos que el padrastro se había vuelto insoportable, por lo que
se puso muy triste. Cuando se fue a ir, se paró frente a él y le dijo que si
llegaba a saber que él le seguía pegando a mi mamá y a nosotros, iba a venir y
le iba a pegar unos tiros en las patas. Estaba furiosa. Y se fue nuevamente. Yo
me desesperaba cada día más. Cuando tenía once años, un día él me pegó y yo,
rabiosa, me fui para una quebrada y me quedé allá hasta que se oscureció. Pensé
muchas cosas, en Yuribí, en la falta que hacía en casa y a mí. Rogaba que
pasara la guerrilla por allí, para irme con ellos. Recordé lo que había pasado
cuando niña y me decía que ese padrastro que yo tenía era un paraco y que debía
morir. No quería regresar a casa y me acosté bajo una piedra grande.
Tarde en la noche me
despertaron algunas luces. Volví a recordar la mañana en que amanecimos
rodeados por los paracos y me dio miedo. Pero eran mi mamá y mis hermanos que
andaban buscándome. Al encontrarme, me llevaron con ellos a casa. Pocos días
después me encontré la guerrilla y les pedí ingreso, pero me dijeron que no,
que cuando tuviera más años, que era una niña todavía y que primero debía
terminarme de criar. Eso me obligó a tomar otra decisión, volarme de la casa.
Me fui porque no aguantaba más. Mi mamá me trajo a la brava, pero yo me volví a
volar. Tenía doce años y me junté a vivir con un señor de veintiocho. Pero no
duré mucho con él, me dejó como a los tres meses. A los días, por fin ingresé a
la guerrilla. Mi anhelo fundamental era encontrarme con mi hermana, y con un
tío que sabía también había ingresado.
Un mundo nuevo
Aquí, en las filas de las FARC,
ya todo era distinto. Todo era mejor para mí. Duré tres meses en curso básico.
Fue una etapa muy interesante, porque aquí le arman la cabeza a uno primero y
después las manos. Con el estudio entendí a fondo todo lo que yo había vivido.
Comprendí que la pobreza no era por obra y gracia del espíritu santo, sino que
había unos responsables. Que los culpables eran aquellos, que yo les había
visto la cara cuando mataron a mi gente. Y que ellos eran dirigidos por el
Estado. Y que el Estado estaba de rodillas ante un enemigo más grande, la
oligarquía norteamericana. Y también me di cuenta que nosotros teníamos
derechos, que cuando un hombre nace tiene los mismos derechos y deberes en la
sociedad. Por tanto no tenía por qué haber pobres y ricos.
Comprendí también que ese
cuento de Dios había sido una política impuesta por los capitalistas desde hace
siglos, para que los pobres crean que ellos viven en la miseria porque así lo
dispuso Dios. Y no se den cuenta de la realidad, que si somos pobres es porque
una pequeña parte de la sociedad nos roba lo que nos pertenece. Y todavía hay
muchos campesinos y trabajadores que le piden a Dios, todos los días, para que
les mejore sus condiciones de vida, cuando en realidad al que hay que exigirle
es al Estado que es el obligado a garantizarnos una mejor vida.
Al descubrir todo esto, me di
cuenta de que había tomado el camino correcto. Y que estoy aquí es porque amo a
mi pueblo y porque quiero que tenga una mejor vida. Amo a mi madre y a mi
padre, pero no lucho sólo por ellos, sino por todos los padres y madres pobres
que, al igual que mi familia, sufren en esa Colombia triste. Esta formación y
conciencia la he adquirido gracias a la organización.
Después de tres años en filas
me trasladaron de unidad y pude encontrarme con mi tío. Me alegré mucho. Y más
todavía cuando unos días después me encontré con lo quien yo más anhelaba, mi
hermosa hermanita. Nos abrazamos por un largo rato. Estaba muy bonita, gordita
y fortalecida, hablamos muchísimo y estábamos felices de hallarnos juntas. De
estar luchando por lo mismo y con las mismas ideas. A las dos nos resultó muy fácil
entender y asumir esta causa, habíamos pasado por la misma historia y habíamos
sufrido mucho. Estábamos seguras de lo que estábamos haciendo. Permanecimos
juntas cerca de un año. Ella era una excelente enfermera y yo acababa de pasar
por un curso de enfermería. Compartimos juntas los momentos difíciles y los
momentos felices. Cuando nuestros compañeros no estaban, dormíamos juntas y
comíamos juntas. Nos queríamos muchísimo.
Recuerdo que ella gustaba de
jugarse conmigo repitiendo una frase: Usted tiene que hacerme caso en todo a
mí, porque de las dos soy la mayor. Entonces yo le contestaba que el cuatro
esquinas, refiriéndome al Reglamento, no establecía diferencia alguna entre una
hermana mayor y otra menor. Enseguida soltábamos la risa. Ella ayudaba mucho al
tío, y me exigía que me preocupara más por él. La verdad era que entre los tres
nos ayudábamos mucho. Después, mi hermana planteó ante los superiores su deseo
de profesionalizarse aún más como enfermera. La trasladaron a otro lugar donde
iba a ser posible cumplir su deseo.
Aquí en la guerrilla uno tiene
el privilegio de prepararse en muchas cosas, sin el menor costo. Sólo tiene que
comportarse correctamente. Tuvo unos ocho meses de preparación y después fue
enviada a una unidad de orden público, para que pusiera en práctica todo lo que
había aprendido. A mí me asignaron a servir como personal de planta en un curso
de cuadros. Ahí tuve la oportunidad de aprender mucho en lo militar y en lo
político, porque todos los días uno aprende algo nuevo. Uno nunca acaba de
aprender todo, cada día aparece algo por aprender, el conocimiento es infinito.
Después estuve en una comisión de organización de masas. Me encontré con mi
hermana en tres ocasiones diferentes, en las cuales aprovechamos el tiempo al
máximo para hablar y confiarnos todo.
No volvía a verla más. A pesar
que la extrañaba mucho, no me indignaba con los mandos por ello. Las dos éramos
claras y conscientes de que esta lucha es así, a uno lo necesitan en un lado y
al otro en otro lado. Lo más importante es el aporte que se le haga a esta
causa, lo más que uno pueda. Nos escribíamos de seguido, comunicándonos los
errores y los éxitos que hubiéramos tenido. Y también nos corregíamos una a la
otra por intermedio de esas cartas. Cerca de un año después me enteré de que
había sido enviada a la columna al mando de Danilo y pregunté a los mandos si
era cierto. Me lo confirmaron. La verdad me preocupé un poco, sabía que contra
esa unidad los operativos eran duros y frecuentes, pero entendía la situación.
Una mañana escuchamos por las
noticias que habían bombardeado un campamento de las FARC y que habían matado a
Eliécer y otros 30 guerrilleros. Yo me dije que ojalá no fuera cierto e hice
fuerza porque entre los caídos no hubiera alguno que yo conociera. A uno le
duele la muerte de cualquier guerrillero, porque uno sabe que aún sin
conocerlo, es un hermano de lucha que ha sufrido del mismo modo o quizás más
que nosotros esta guerra. Pero le duele más cuando son guerrilleros que han
compartido años al lado de uno. Pero también tenemos claro que una guerra,
lamentablemente, se trae consigo los muertos de ambos contendores. Si fuera de
otro modo, no sería guerra.
Cuando la noticia, yo estaba
trabajando en una comisión. Unos tres días después fuimos recogidos para un
campamento. Saludé con alegría a mi tío que se encontraba allí. Lo noté algo
extraño cuando me dijo que teníamos que hablar ahora mismo. Estaba pálido. Yo
le pregunté si se trataba de algo grave y él me dijo que sí. Me asusté
enseguida y pensé en muchas cosas, pero en la que no pensé fue precisamente en
la que había ocurrido. Nos retiramos unos metros del resto de la gente y
entonces él procedió a decirme que a él ya los superiores le habían informado y
confirmado que Yuribí había muerto. Y que lo habían encargado de la tarea de
comunicármelo.
Quedé sin palabras. En el
instante no me salían las lágrimas. En lo primero que pensé fue en plantear que
me enviaran a pelear, para matar muchos soldados como venganza. Pero luego me
entró el dolor y el llanto, y reflexioné. Nuevamente sentía que me estaban
arrancando el corazón, se trata de algo muy duro, algo que uno entiende pero
que no le permite resignarse. Perder al ser más querido, al que me había
acompañado en las buenas y en las malas. Eso es terrible, no es lo mismo
decirlo que sentirlo. Fueron días muy tristes para mí, pero gracias a mi tío, a
mi compañero y al conjunto de la guerrillerada que se solidarizaron
completamente conmigo, empecé a pensar en superarlo. A todos ellos también les
dolía, porque mi hermanita era una mujer muy sencilla y se hacía querer mucho
de los guerrilleros. Gracias a todos ellos concluí que lo que quedaba era
seguir en la lucha, con más fuerza y con más razones que antes.
Mis reflexiones
Después escuché en las noticias
hablar al presidente Santos y al ministro de defensa. Estaban orgullosos y
felices por haber matado en realidad a once jóvenes, entre ellos tres mujeres
de las que la mayor no pasaba de los 23 años. Qué miseria de presidente tenemos
los colombianos. Cree que matando gente va a lograr doblegarnos o bajar nuestra
moral. ¿Pues quiere que le diga una cosa, señor Santos? Se equivoca. Cada vez
que muere un guerrillero nosotros luchamos con más fuerza y con mayor razón que
antes. Si hoy mata usted cinco guerrilleros, mañana ingresan diez porque
nuestra lucha la apoyan las masas, la gente pobre de este país que somos la
mayoría.
Tenga también en cuenta que
cada vez que muere un guerrillero, usted se echa encima una familia más. Por
eso cada vez que en sus discursos dice que quiere la paz, que está cansado de
esta guerra, nos produce risa, porque sabemos que usted no tiene la menor idea
de lo que es la guerra. Usted y su maquinaria de gobierno, los ricos de este
país, han vivido toda la vida en palacios, sin que les haga falta nada, con
plata hasta para tirar para lo alto. Gracias a lo que nos han robado a
nosotros. Por eso tenemos claro que ni usted ni su grupo va a sacar un solo
centavo de sus bolsillos para mejorar la vida de los colombianos, eso nunca lo
harán. Al menos por las buenas.
Personalmente yo tengo una
duda, señor Santos. Si usted es un robot o un ser humano. Porque de humano
usted no tiene nada. Sólo una máquina actúa como lo hacen ustedes los
capitalistas, oligarcas, pipi yanquis o como quieran llamarlos. A usted no le
queda nada bien el papel de hipócrita que lo han puesto a jugar los gringos.
Cualquiera que escucha sus palabras sin conocer su pasado pensaría que está
hablando un revolucionario. Mentira, pues mientras públicamente dice que hay
que luchar para reducir la pobreza, en realidad obra como lo dijo Fidel en un
discurso: “no matan a las enfermedades matando a los enfermos, no matan la
ignorancia matando a los ignorantes”. Ya lo decía el Che Guevara: “Las palabras
no se encuentran con los hechos, y si se encuentran no se saludan, porque no se
conocen”.
Menos mal que los colombianos
dejamos ya de ser pendejos. Ya no prestamos atención a las palabras, sino a los
hechos. Esa máscara que usted tiene no le queda nada bien, señor Santos. Fíjese
que hay una diferencia muy grande entre ustedes los oligarcas y nosotros los
revolucionarios. Nosotros nunca nos alegramos cuando muere un soldado, porque
sabemos mejor que nadie que esos soldados que mueren todos los días son
campesinos, son gente pobre al igual que nosotros. Y porque ellos están de ese
lado es porque los obligan a pagar servicio, o se ven en la necesidad de
hacerlo para ganarse un sueldo y alimentar sus familias. O están engañados.
Nosotros hemos sido formados con la concepción de tenerle un profundo respeto
al enemigo. Aquí, ni aun siendo prisioneros de guerra, se permite maltratar a
un soldado con malas palabras. El comandante Manuel Marulanda luchó toda la
vida porque no se llamara chulos a los soldados.
Sé que esos soldados ignoran
que esta guerra es una lucha de clases que enfrenta a los ricos contra los
pobres y viceversa. Sé que muchos de ellos no se han preguntado aún de qué lado
son. Si del lado de los ricos o del lado de los pobres. Yo quiero invitar a los
soldados que combaten al servicio de los ricos a una reflexión: ¿Qué es mejor,
sacrificarnos y sufrir un tiempo, o vivir mendigando toda la vida? ¿No se han
preguntado por qué los hijos de los ricos no van al combate a exponer sus vidas
por su clase? ¿Qué es mejor, morir por nuestra clase o morir defendiendo los
intereses de los que nos han robado todo? Si morimos defendiendo a los
nuestros, la historia nos tendrá como mártires, pero sí morimos defendiendo a
las transnacionales la historia nos juzgará como traidores. ¿Qué prefieren?
En cuanto a Santos, quisiera
dedicarle el disco de Diomedes Díaz que se titula Judas. Y esto no lo está
diciendo un comandante de las FARC, o un intelectual, esto se lo dice una
guerrillera de base que apenas cuenta con veinte años de edad. Pero eso no
quita que esté diciendo la purita verdad.
No cuento esta historia para
elogiarme, sino para que todos conozcan esta realidad, que es sólo una de las
que todos los días y a cada rato vivimos los colombianos. Y para que todos
puedan preguntarse y juzgar si nuestra causa es justa en realidad o no.
También quisiera responderle al
vicepresidente Angelino Garzón, a ese traidor a su clase que quizás cuánto
dinero recibió, para después de haber liderado los trabajadores ponerse al
servicio de los que los explotan, a quien se le llena la boca denunciando que
las FARC reclutan a menores de edad, a verdaderos niños. ¿Por qué cuándo
enviaron las bandas a matar a nuestros padres, hermanos, y hasta los mismos
niños no salieron a defendernos? ¿Por qué no salieron a pelear por los derechos
humanos? Porque está bien claro, no lo hacen por los niños, lo hacen con el
propósito de desprestigiar las FARC.
¿Saben qué les decimos los que
ingresamos de niños a la guerrilla? Como ustedes desde niños nos están atacando,
a nosotros nos toca defendernos desde niños. Tengan claro usted y todo el país,
que aquí nadie es obligado o forzado a ingresar. Por el contrario, nos toca
rogar y explicar una y otra vez por qué no hay más remedio que recibirnos.
Porque la guerrilla tiene unas normas de reclutamiento que en ciertos casos
excepcionales como el mío toca trasgredir.
También quiero invitar a los
trabajadores, campesinos, estudiantes, mineros, indígenas, intelectuales y a
todo el pueblo en general, a que dejemos las diferencias a un lado y a que
marquemos una ruta. Unidos para enfrentar a nuestro enemigo, que es el enemigo
de todos, el imperialismo, el capitalismo, al que solo de ese modo podemos
derrotar. Porque esta lucha no es una lucha de las FARC, sino una lucha de
todos los que pertenecemos a la clase de los explotados.
Cada vez que hay un bombardeo,
o muere un líder de una comunidad, o un niño, o cualquier ser humano, yo me
pregunto: ¿Hasta cuándo este pueblo seguirá soportando eso? ¿Cuántos muertos
más habrá que poner para que el pueblo todo se levante sublevado ante los que
lo oprimen y asesinan? Quisiera decirles que ya es hora. Ya hemos puesto muchos
muertos.
Digan ustedes si es justo que
mientras aquí unos están entregando sus vidas para cambiar este régimen
criminal, ustedes permanezcan frente a la televisión, alienados e idos del
mundo, de la realidad, embelesados con novelas y realities. ¿Algún día se han
preguntado si eso es justo? La televisión, las películas y programas son
diseñados por nuestros enemigos para mantenernos controlados. No les demos ese
gusto, apaguemos la tele. Vamos a la calle a apoyar a aquellos que luchan por
un cambio en este país. No quiero decir con esto que la única forma de lucha
sea empuñar un fusil en las filas de las FARC. No. Hay muchas otras maneras de
luchar, desde los sindicatos, desde la escuela, desde el barrio o el partido,
protestando, reclamando, exigiendo. No podemos es quedarnos con los brazos
cruzados.
Preguntémonos ¿Por qué en los
países vecinos la gente vive en otras condiciones y trabajan por construir una
vida más digna? ¿No será porque los gobiernos de esos países son
revolucionarios, representan de verdad al pueblo, son gente que han sufrido y
luchado por los cambios? ¿Por qué si en Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Uruguay,
Bolivia, el mismo Brasil o Argentina están cambiando, en Colombia seguimos
igual?
Es cierto que las FARC
iniciamos unos diálogos. Pero eso no quiere decir que ya va a haber un cambio.
No puede olvidarse que sólo los pueblos hacen los cambios. Cuando el presidente
dice queremos la paz, al mismo tiempo está diciendo vamos a matar a la
insurgencia. ¿Qué bueno puede esperarse de un señor como ese? Así y todo sueña
con volver a ser presidente, qué vergüenza.
Debería darle vergüenza ver que
él con bombas, aviones y hasta misiles no ha podido ni podrá acabar con miles
de campesinos armados tan solo con un fusil para defenderse. Que la única
manera de matarnos sea cuando estamos durmiendo, con aviones y bombas de hasta
quinientos kilos. Porque por tierra está por ver a quien le va peor. A pesar de
eso, nosotros tenemos a los soldados como hombres verdaderamente valientes.
Aunque cuando obtienen victorias, lamentablemente son los generales los que
ganan condecoraciones, cuando desde Bogotá no han hecho otra cosa que despachar
órdenes. Por eso estoy segura de que algún día ellos van a hacer conciencia y
van a oponerse a que nos sigamos matando entre nosotros mismos. No van a
permitir que los sigan utilizando como carne de cañón.
Señor Santos, y todos los ricos
de este país, ¿Por qué no mandan a sus hijos, o sus familias, a que peleen en
la línea de combate? Para que sepan lo que es perder a un ser querido, para que
prueben el sinsabor de la guerra. Y dejen de estar aprovechando de las necesidades
de los colombianos. ¡Defiéndanse ustedes, no pongan a otros a que los
defiendan! Pero tengo fe en que esto no va a durar mucho.
En nombre de todos los mártires
como Alfonso Cano, Raúl Reyes, Iván Ríos, Jorge Briceño, Danilo García, Yuribí,
Francy, Betty, Yuli, Dairon, Jawin, Farley, y todos los guerreros y guerreras
que han caído en el fragor de la lucha, invitamos al pueblo colombiano a
ponerse de pie y luchar unido. Porque la unión hace la fuerza, unidos
venceremos. Pongamos fin a tanta muerte, no permitamos ni una sola más.
Elevemos un grito todos: ¡Basta ya! Y si es preciso, vamos a hacer una
revolución.
Montañas
del Catatumbo, octubre de 2012.
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