En
Marquetalia, bajo el rigor del operativo de exterminio implementado contra los habitantes de la región en
el marco del Plan LASO, el movimiento campesino en resistencia armada
interrumpe por unos días su trashumancia, para definir y promulgar la estrategia
política de toma del poder, a
través de una declaración de principios que es al mismo tiempo la plataforma de
su lucha.
En
Marquetalia, bajo el rigor del operativo de exterminio implementado contra los
habitantes de la región en el marco del Plan LASO, el movimiento campesino en
resistencia armada interrumpe por unos días su trashumancia, para definir y
promulgar la estrategia política de toma del poder, a través de una declaración
de principios que es al mismo tiempo la plataforma de su lucha.
El 20 de julio de 1964, en el aniversario del grito de la primera independencia, los fundadores del movimiento insurgente rodeados de dirigentes agrarios y algunas familias que aún marchaban a su lado, proclaman El programa Agrario de los guerrilleros. Ese día, por vez primera se hizo pública la vocación de poder de los rebeldes mediante la siguiente sentencia: “Luchamos por el establecimiento de un régimen político-democrático que garantice la paz con justicia social, el respeto de los derechos humanos y un desarrollo económico con bienestar para todos quienes vivimos en Colombia”. Es entonces el programa agrario el primer manifiesto político de la guerrilla que hoy, con honor, ostenta el nombre y la condición de Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejercito del pueblo.
La lucha por el poder político para el beneficio de las mayorías será el acimut que oriente desde sus orígenes y hasta la victoria, la justiciera marcha de los insurgentes. En las proclamas del naciente movimiento, la imagen de Jacobo Prías, la entrega y valor de Isaías Pardo y el ejemplo del joven Hernando González Acosta, se levantan como ejemplo de lucha de sucesivas generaciones de combatientes que, bajo la conducción de Jacobo Arenas y el maestro de la estrategia guerrillera Manuel Marulanda Vélez, conforman el más formidable ejército Guerrillero de que se tenga referencia en la historia de las rebeliones en Nuestra América.
En
lo sucesivo, lo que surgiera como un movimiento de resistencia para defender la
tierrita y el sustento, se irá transformando dialécticamente en un partido
político en armas cuyo objetivo estratégico es la toma del poder para la
instauración de un nuevo gobierno donde impere la libertad y la justicia
social.
El programa agrario plantea como elemento esencial la erradicación del latifundio. Este paso, en palabras del Comandante Alfonso Cano, se constituye en verdadera alternativa para alcanzar la paz: “La crisis agraria se halla íntimamente articulada a la situación general del país. Por ello, colocar el campo colombiano a la altura de un Nuevo País, supone la solución de la crisis general del sistema. No existe una solución aislada. No valen paños de agua tibia”.
Es
imposible entonces soñar con la paz de Colombia sin afectar los interés del
enorme poder latifundista que reposa en manos de oligarcas y de las compañías
transnacionales que han acaparado las mejores tierras para la expansión de
monocultivos que como la palma aceitera son destinados a la producción de
biocombustibles y para la extracción a gran escala de recursos
minero-energéticos, todo a costa del despojo de las mejores tierras campesinas,
apoyados en el terror paramilitar.
Al cumplirse 48 años de la promulgación del Programa Agrario de los guerrilleros, el gobierno de Colombia sigue marchando al compás de las directrices de Washington, aplicando como desde hace medio siglo La Doctrina de la Seguridad Nacional “que es la filosofía del terror, la guerra sucia, el paramilitarismo y la muerte, bajo el patrocinio de la oligarquía y de un grupo de altos oficiales que hacen suya la política, la táctica y la estrategia de la guerra preventiva y del enemigo interno, para mantener la disciplina social de los monopolios, la explotación de nuestro pueblo y de los recursos naturales por parte del imperialismo y de una clase dominante rapaz y reaccionaria como la colombiana”.
La aplicación de esta política guerrerista, que profundiza la brecha existente entre los que no tienen nada y los que lo tienen todo, ha llevado a Colombia a convertirse en uno de los países más desiguales del mundo; en nuestro país 30 millones de personas padecen hambre y miseria extrema, el desplazamiento forzado afecta a más de cinco millones de campesinos, indígenas y afro descendientes.
La
tan promocionada ley de tierras es en realidad la legalización del
despojo y crea las condiciones para el saqueo de los recursos
minero-energéticos, principal locomotora de JM Santos. La
destrucción de las fuentes de agua y de la biodiversidad en general se
profundiza a gran escala: la amenaza que se cierne sobre el páramo de Santurbán
es sólo una de los tantos casos existentes.
El
desempleo sigue en aumento, al tiempo que las condiciones de trabajo resultan
cada vez más precarias a causa de la llamada tercerización del empleo y el
trabajo por horas; las heridas causadas por el Terrorismo de Estado y el
paramilitarismo, que ha sembrado al país de fosas comunes, permanecen abiertas,
las ejecuciones extrajudiciales que continúan impunes, y las desapariciones de
miles de compatriotas, configuran un lamentable cuadro de crisis humanitaria,
que se agrava aún más con la entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio
con los Estados Unidos.
Esa es la respuesta de los poderosos al clamor de cambios estructurales que surge desde los más diversos sectores sociales que hoy se lanzan a la protesta al tiempo que claman por una solución dialogada al conflicto social y armado que desangra al país. Ese mismo sentimiento de paz con justicia social es el que abrazamos los guerrilleros de las FARC-EP desde los orígenes de nuestra lucha; así quedó testimoniado en el programa agrario de los guerrilleros: “Nosotros somos revolucionarios que luchamos por un cambio de régimen. Pero queríamos y luchábamos por ese cambio usando la vía menos dolorosa para nuestro pueblo: la vía pacífica, la vía democrática de masas. Esa vía nos fue cerrada violentamente con el pretexto fascista oficial de combatir supuestas “repúblicas independientes”, y como somos revolucionarios que de una u otra manera jugaremos el papel histórico que nos corresponde, nos tocó buscar la otra vía: la vía revolucionaria armada para la lucha por el poder”. Son estas las razones socioeconómicas y políticas de nuestra lucha, las que lejos de desaparecer se han incrementado en este medio siglo.
Se equivocan entonces los que sueñan con vernos desmovilizados, y arrepentidos de haber convocado la histórica rebeldía de nuestro pueblo para el derrocamiento de este régimen despótico y ladrón. A todas esas voces respondemos con palabras del comandante Jorge Briceño: “En las FARC no tenemos alma de traidores sino de patriotas”. Los guerrilleros de las FARC, milicianos, militantes del Partido Comunista Clandestino Colombiano y miembros del Movimiento Bolivariano por la Nueva Colombia, Hemos jurado vencer y venceremos.
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