Otro mundo es posible
Por Alexandra
Muchos son los pensamientos que flotan en mi
cabeza a raíz de las noticias que se difundieron en torno a mi militancia en
las FARC-EP. El asombro del “mundo” parece haber sido grande: ¿Cómo se le
ocurre a una europea, universitaria, de buena familia, ingresar en la guerrilla
colombiana?
Aquí, en estas inmensas selvas de Colombia,
acostada en mi caleta por las noches, yo escuchaba las polémicas en Radio
Nederland y Caracol Radio con una mezcla de irritación y risa.
¿Acaso la matanza de millones de indígenas a
manos de los europeos, el saqueo sistemático de estas tierras por parte de los
mismos, y, más recientemente, la guerra del imperio en contra de los pueblos
suramericanos, no son razones suficientes para
mi ingreso?
Reconozco: Resulta demasiado insignificante
el sacrificio de una sola vida, pero es lo único que tengo para ofrecerle al
pueblo de Colombia, pueblo maltratado, pueblo asesinado, pueblo explotado por
“los míos”, los gobiernos del llamado Primer Mundo.
Explotación que nunca ha cesado: desde la
conquista de los españoles hasta la brutal represión de hoy día por la clase
gobernante en Colombia, en obediencia ciega a los mandatos del imperio. El
gobierno, valiéndose de sus paramilitares, asesina sindicalistas, periodistas,
profesores, estudiantes, únicamente por tener una visión crítica de la sociedad
o por reclamar sus derechos. Mata o desplaza a campesinos, simplemente porque
viven en ese pedacito de tierra que ellos necesitan para sus grandes proyectos
agro-industriales, como la palma africana o el caucho, o mineros, como el
petróleo. No me quisiera extender más aquí; basta con una visita a la página Web
de Amnistía Internacional u otras organizaciones de Derechos Humanos, para
darse cuenta de la película de terror que se estrenó hace muchos años y se
repite todos los días en este país.
Seamos sinceros: nosotros, los afortunados
del Primer Mundo, los que nacimos en él y por tanto nos sentimos autorizados
para prohibirle la entrada a los demás, sabemos perfectamente en qué mundo
vivimos, sabemos cómo funciona el capitalismo y por qué disfrutamos de
prosperidad en nuestros países, mientras los demás países conforman el club de
los miserables. Es gracias a ese club de miserables que vivimos bien. Es
gracias a ellos que podemos tomarnos unas vacaciones de playa en la Costa del
Sol o de esquí en Austria, que podemos ir al cine o a tomar cerveza los fines
de semana. En fin, vivir bien.
Y yo, yo simplemente ingresé porque no
soporto vivir bien a costa de otros, eso es todo. Especulan los comentaristas
en la prensa que tal vez yo sea una “wanna-be” revolucionaria, que tal vez
tenga problemas sicológicos, que tal vez venga de una familia descompuesta… No
señores.
Los únicos ingredientes que se necesitan para
ingresar a las FARC-EP son un poquito de sentido común, sentido crítico y un
mínimo de sensibilidad social. Y tal vez se le pueda agregar una pizca de
osadía.
Los medios no quisieron dar una explicación
política al por qué de mi ingreso, ni yo tampoco la esperaba. Gran parte de
esta guerra se lleva a cabo en la televisión y en la radio, donde día tras día
se empeñan en agrandar la gran masa de idiotizados que habitan en este planeta.
¿Cuántos más Wikileaks y documentos secretos de la CIA necesitan?
¿Todavía se creen ese cuento que las FARC-EP
ya no luchamos por ideales, que somos terroristas y narcotraficantes? “Una
mentira repetida mil veces se vuelve una verdad”, dijo Goebbels. Pero hay un
refrán holandés que dice: “Por rápida que sea una mentira, la verdad la
atrapa”.
La verdad es que nosotros somos un ejército
revolucionario, que luchamos por la paz con justicia social. ¿Qué tenemos
defectos? Sí, y muchos. Somos hombres y mujeres que nos esforzamos por ser revolucionarios
y eso resulta ser una lucha interna permanente. Pero somos una organización
político-militar que luchamos por transformar las estructuras económicas y
políticas del Estado, por la toma del poder para el pueblo, por un bienestar
para todos en un país en donde quepamos todos. Así los medios digan un millón
de veces que no.
Los holandeses y el pueblo europeo en general
siempre nos hemos sentido orgullosos de nuestra tolerancia frente a otras
culturas, otras formas de pensar y de ver el mundo. Pero pienso que a veces el
límite entre tolerancia e indiferencia se desvanece. Así que yo quiero hacer un
llamado a la intolerancia. Nosotros, pueblos que realizamos las primeras
revoluciones liberales en el mundo, pueblos que hemos tenido que construir la llamada
social democracia y seguimos luchando, hoy, en contra de la globalización, no
podemos ser tolerantes frente a un sistema económico que está destruyendo a
pasos agigantados nuestro planeta y los seres humanos que vivimos en él. Otro
mundo es posible, y por eso me encuentro en las filas de las FARC-EP.
A quien debo pedir permiso para engresar donde estan las F.A.R.C.?
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