A las Fuerzas Militares y
de Policía
Con copia conjunta para
el pueblo colombiano
– 22/07/2012
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l día de la inauguración
del nuevo período de sesiones del Congreso de la República en Bogotá, un
oficial del Ejército asignado a la seguridad en el Palacio de Nariño, se fue de
bruces de un piso a otro del edificio del Capitolio Nacional, mientras conversaba
distraídamente por su teléfono celular. Según afirman los noticieros, la
oscuridad reinante en el sector en el que se movía el oficial, unida a la falta
de una barrera de protección y, desde luego, al desconocimiento del lugar en el
que prestaba su servicio el militar, fueron las causas del infortunado
accidente.
La noticia, que parece un
simple episodio fortuito, resulta sin embargo reveladora. De algún modo grafica
la situación que atraviesan las fuerzas armadas colombianas en medio del
oscuro, podrido y peligroso ambiente de descomposición política que caracteriza
el régimen vigente. Al menor descuido pueden irse de cabeza y quedar
absolutamente maltrechas. Servir en forma tan abnegada y sumisa a intereses tan
antipatrióticos, tan sucios y tan contrarios a los intereses de la mayoría del
pueblo colombiano, terminará por conducirlas al abismo.
Y si no que lo diga el , quien todavía
no termina de comprender lo que le sucedió a él y a sus compañeros a manos de
las comunidades indígenas del Cauca. Tal vez él no lo haya expresado ante
ningún medio de comunicación, pero no hay duda de que la humillación que dice
haber sentido tuvo su origen en una orden superior que le prohibió en forma
terminante a él y a sus hombres responder con sus armas a las acciones de la
comunidad. La situación pintaba demasiado grave y así lo entendieron en las
altas esferas del gobierno. Haber empleado las armas hubiera dado
origen a una masacre de dimensiones aterradoras.
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lgo ha cambiado en el
país y el mundo desde los tiempos en que el coronel Carlos Cortés Vargas ordenó
a las tropas disparar contra los huelguistas concentrados en la plaza de
Ciénaga en 1928. Una matanza semejante, como sin duda se habría producido sin
la orden de abstenerse de hacer fuego, hubiera generado un escándalo de
naturaleza mundial, que pese a toda la arrogancia del régimen terrorista,
podría haberlo conducido a su caída.
El llanto adolorido del
sargento García, tiene origen en su más hondo sentimiento de honor. Al menos
del que le enseñan en las escuelas de formación. Siempre ha escuchado a sus
superiores decir que el Ejército es el máximo poder en Colombia, que para sus
integrantes eso significa una superioridad enorme sobre el resto de la
población. Especialmente sobre esa inconforme y cansona que protesta por todo.
A la que le enseñan a reprimir, a humillar, a aterrorizar con su fuerza. No
poder haberlo podido hacer esta vez le resulta insoportable. No puede
entenderlo.
Ahora pretenden
compensarlo con dudosos homenajes, convencerlo de que a su manera es un
auténtico héroe. A él, que sabe que las medallas por heroísmo las reciben
quienes más matan enemigos. Esa no es la lección que debe aprender el sargento
García y con él todo el resto de los suboficiales y tropas. La lección es otra.
No es cierto que el poder del Ejército sea el que creían. Hay un poder mucho
más grande, el poder de un pueblo decidido, lleno de autoridad moral, dispuesto
incluso a morir por la defensa de sus nobles aspiraciones de justicia.
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l papel cumplido por el
Ejército en el pasado, se deduce de Noticias sacadas de la prensa diaria que
dan cuenta de hechos como los siguientes: “La Fiscalía informó el 4 de julio
que un sargento y tres soldados profesionales fueron cobijados con medida de
aseguramiento por el presunto asesinato a sangre fría del labriego Carlos
Daniel Martínez Ortega. El crimen fue perpetrado por miembros de la Brigada
Móvil 15 del Ejército Nacional, el 9 de octubre de 2008 en la vereda Santa
Catalina, municipio de San Calixto, Norte de Santander”.
“El Juzgado Noveno Penal
del Circuito de Medellín, condenó a 15 años de prisión al soldado Virgilio de
Jesús Castañeda Murillo, por el asesinato a sangre fía de una joven de la
comuna 13 de esta ciudad. Por el mismo hecho fueron condenados a 24 meses de
prisión los soldados Norman Alejandro Ríos Álvarez y Juan David Jaramillo
Arenas, quienes incurrieron en el delito de encubrimiento por favorecimiento. Los
hechos ocurrieron el 26 de septiembre de 2004 cuando la Cuarta Brigada del
Ejército reportó la muerte en combate de Luz Stivaly Barrera Rivera”.
Son demasiados los casos
a citar. Dentro de los que por lo regular sucede que la responsabilidad se
queda en el personal subalterno, librándose de toda culpa los emisores de las
órdenes. Cabe preguntarse si estos sargentos y soldados llorarán también por la
humillación de sentirse aprendidos y sometidos a juicio. Es muy probable que
no. Porque están convencidos de que obraron bien, tal y como les habían
enseñado a hacerlo. Quizás lo que más duele al sargento García es que no lo
dejaron defender el honor militar matando.
Ese no es el caso. El
caso es que en Colombia se crecen y fortalecen las fuerzas que luchan por un
cambio. Que manifiestan de múltiples formas su anhelo de paz. Que exigen que la
guerra civil colombiana se termine de una vez mediante una mesa de diálogos. Unas
fuerzas sociales muy poderosas, que empiezan a poner en vilo el poder político
y militar del Estado corrupto. Y bien vale la pena que militares y policías
comiencen a considerar si en realidad están sirviendo en el bando correcto. Si
no debieran ellos mismos organizarse y marchar.
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ontra el régimen que los envía a morir matando colombianos humildes como
ellos, por supuesto. Por una solución civilizada al conflicto que desangra el
país. Ya está bien de heridos, mutilados, accidentados y muertos. Ya está bien
de cárcel y oprobio para tanto joven usado por sus superiores para el crimen.
Allí donde Presidentes casi dementes gritan soberanía, patria y democracia, en
realidad está la entrega descarada del país a los extranjeros, la subordinación
de las fuerzas armadas a generales gringos, el garrote y el plomo para los de abajo.
¡Basta de engaños!
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