El fundador e indusctible comandante de las FARC-EP, Manuel Marulanda Vélez |
Acerca de nuestro carácter político
Somos un movimiento de
izquierda que lucha por la superación del modelo económico y político
existente, y por una nación plena de dignidad y soberanía.
Por Pablo Catatumbo
Integrante del Secretariado de las FARC EP
Se nos acusa a las FARC EP de dos cosas. La primera, ser el
palo en la rueda para un verdadero desarrollo y consolidación de la izquierda
en Colombia, y la segunda, de ser los artífices del paulatino giro de la vida
política hacia formas abiertas de fascismo durante la última década.
Pablo Catatumbo |
¿Somos las FARC-EP una talanquera que impide el avance de
las tendencias de izquierda en Colombia?
La pregunta surge, en nuestro parecer, de dos situaciones:
el desconocimiento sobre nuestra historia y actividad como organización
revolucionaria, de un lado, y una obvia intención de desligarnos del campo de
las izquierdas en la historia de nuestro país, por el otro. Es como si nuestro
surgimiento y desarrollo obedeciera a una suerte de generación espontánea
militar única en la historia universal.
La realidad contrasta con lo anterior. Nuestra historia es
producto de la convergencia de las más diversas expresiones de las luchas
sociales del pueblo colombiano. Si tomamos el caso de nuestros dos más grandes
timoneles, Manuel Marulanda Vélez y Jacobo Arenas, observamos que se juntaron
las luchas de los colonos campesinos liberales y comunistas de la cordillera
central y el turbión proletario del pueblo santandereano. Dos hombres, dos
cordilleras, dos luchas hechas una en las trincheras de Marquetalia.
En el proceso de surgimiento de los frentes y compañías de
las FARC se recogen muchas de las tradiciones político-culturales del campo
popular colombiano. Es así como contamos con camaradas provenientes del
movimiento indígena, del campesinado rebelde, de la lucha estudiantil, de los
afrodescendientes, las mujeres rebeldes, el proletariado, los intelectuales,
artistas y el movimiento cooperativo.
VALE LA PENA HACER UN
POCO DE HISTORIA. El asesinato de Rafael
Uribe Uribe, la persecución a tiros y la conversión en asunto de guerra del
socialismo revolucionario de María Cano, la masacre de las bananeras, la santa
cruzada decretada contra el joven Partido Comunista por Laureano Gómez, el
magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán y el subsiguiente período denominado La
Violencia, así como la persecución internacional de los partidos políticos
colombianos emprendida por Rojas Pinilla, junto a sus salvajes guerras contra
Villarrica y el Sumapaz, constituyen acontecimientos de honda repercusión en
Colombia, sucedidos todos antes de la existencia de las FARC.
Cinco jovenes de la Juventud Comunista fueron asesinados en la sede de la Juco 1985 como parte de la Guerra Sucia. |
La represión a la izquierda, el asesinato selectivo de sus
líderes y la búsqueda del desmembramiento de sus organizaciones han sido una
constante de largo aliento dentro de la historia colombiana, cuya
responsabilidad recae directamente en el régimen reaccionario y
antidemocrático. Y, lo más importante, esta constante no se vio interrumpida
con el surgimiento del conjunto de las guerrillas revolucionarias, incluyendo,
obviamente a las FARC-EP.
La persecución sistemática contra la Unión Patriótica, A
Luchar y el Frente Popular, así como la desatada contra incontables
organizaciones cívicas, sindicales, campesinas, étnicas o comunitarias no
pueden ser examinadas como procesos aislados o casualidades políticas, sino
como el ejercicio continuado de la represión antipopular y retrógrada que ha
imperado en Colombia.
Cuando aún lloraba el pueblo la pléyade de grandes
dirigentes asesinados por el militarismo en la década de 1980, una Asamblea
Nacional Constituyente, convocada con la rimbombancia de quien pretende llamar
la atención por el hecho de gritar y no por lo que grita, proclamaba la Carta
Magna de 1991. Era ésta una premisa para la imposición imperialista de las
políticas neoliberales, que significaban el saqueo abierto del patrimonio y
recursos de Colombia.
NO FUE ESTA CONSTITUCIÓN
la ocasión ni el escenario para una
verdadera construcción de la paz, sino por el contrario, el sello perfecto para
la cooptación de un importante sector del campo popular que se convertía ahora
en defensor de la presunta legitimidad del Estado. La dispersión de la
izquierda no la imponía la insurgencia, sino que la patrocinaba el régimen.
He allí otro rasgo que pretenden ignorar nuestros críticos.
¿Por qué no hablan de la cooptación de decenas de intelectuales y analistas
ayer ultra revolucionarios e incendiarios, por las instituciones, la academia y
los medios de comunicación? ¿Por qué eluden la actuación corrupta y
reaccionaria de una gran parte de los integrantes de grupos revolucionarios que
renunciaron a la lucha y se acogieron a la desmovilización? ¿No estuvo el
gobierno de Álvaro Uribe repleto de exrevolucionarios? ¿No consulta hoy Santos
su política de seguridad con quienes hace veinte años lo consideraban un
oligarca?
Este tipo de hecho no puede verse como la sucesión de
simples coincidencias, vocaciones tardías o reflujos ideológicos. Se trata de
otra estratagema clave del accionar del Estado en contra de la unidad de las
izquierdas colombianas. La infiltración, la delación, la perfidia y el embuste
han sido tretas permanentes que han hecho florecer cíclicamente el oportunismo
y la división en la izquierda. El actual debate permite dilucidar nuevos
elementos en esta larga historia de traición.
Es necesario resaltar que las FARC-EP han participado
activamente dentro del campo de las izquierdas colombianas desde su fundación
misma.
Con las comunidades campesinas de Marquetalia, El Davis y
Riochiquito, de mayoría liberal, sólo se manifestaron solidarias la izquierda
colombiana y mundial. Los partidos tradicionales del Frente Nacional azuzaron
el desarraigo, el despojo y la sevicia en contra de unos cuantos labriegos e
indígenas que se negaban a regalar años de ardua colonización. Ese mérito signó
nuestro rumbo en la lucha por la paz, la democracia, y el socialismo. El
camarada Jacobo recalcaba en Riochiquito, hace ya más de cuarenta años, que la
resolución de los problemas de las masas campesinas sólo podía darse a partir del
triunfo de un frente político, que incluyera a todas las izquierdas y a los
verdaderos demócratas y patriotas de nuestro país.
GUERRILLERA de las FARC-EP en la década ´80. |
EN LA UNIÓN PATRIÓTICA, la Coordinadora
Guerrillera Simón Bolívar y muchos otros espacios de convergencia y unidad
hemos manifestado nuestro carácter definido de combatientes por la libertad y
por la construcción de una Nueva Colombia.
Somos un movimiento de izquierda que lucha por la superación
del modelo económico y político existente, y por una nación plena de dignidad y
soberanía. Y sabemos que el logro de esto no se derivará de una acción
solitaria de nuestra parte. Por ello estamos abiertos a la discusión con todas
las izquierdas.
Durante todos estos años hemos dialogado con diversas
formaciones de nuestra izquierda. Maoístas, marxistas-leninistas, socialistas,
trotskistas, socialdemócratas, indigenistas y muchas otras vertientes, en
espíritu de solidaridad, respeto y franca crítica. Esta tradición, que
indudablemente ha tenido pausas lamentables dentro del devenir político patrio,
no puede ser abandonada, y seremos reiterativos en ella.
No se nos puede achacar, de buena fe, la responsabilidad
plena sobre el desarrollo actual de la izquierda colombiana. Seguramente
tendremos una carga determinada, pero la magnitud de ésta, habría que
dilucidarla en un franco debate colectivo de todas las organizaciones que
constituimos el campo popular y de las izquierdas de nuestro país.
EN NUESTRO PARECER,
QUIENES SOSTIENEN la existencia de una
extendida y generalizada crisis de la izquierda colombiana, son los mismos que
la conciben simplemente como una representación parlamentaria, asumiendo que el
éxito o fracaso está en el número de curules y la popularidad en las encuestas.
La izquierda real no se circunscribe únicamente al escenario electoral, sino
que tiene un componente vivo, móvil y cambiante en el agitado universo de los
movimientos sociales.
Es allí donde cualquier observador avezado encontrará que en
Colombia se vivencia un florecimiento de ricas y nuevas experiencias
organizativas dentro del campo popular, que se manifiestan en heterogéneas
manifestaciones de movimientos, convergencias, expresiones y plataformas que
saludamos con la alegría de quien encuentra nuevos amigos y compañeros para su
brega diaria. Las FARC-EP no han visto en este creciente y novedoso turbión
popular un enemigo o un contrario.
¿Somos las FARC-EP
coadyuvantes de la extrema derecha en Colombia?
Quisiéramos partir de una afirmación categórica. Quienes
sostienen esta teoría son fundamentalmente los voceros de la socialdemocracia y
el liberalismo.
Así, cada vez que actuamos militarmente, en acciones
legítimas propias de la guerra de guerrillas, saltan los críticos y analistas a
señalarnos como sustentadores de la pretendida validez de gobiernos de mano
dura, y como talanqueras en el camino de una supuesta izquierda, descafeinada y
vacua, que no resulta ser ni siquiera oposición.
Se trata a todas luces del guión de las teorías de la
conspiración tan en boga en estos días. Un grupo de revolucionarios que combate
contra el Establecimiento, su fuerza militar y su paramilitarismo, con el
secreto fin de favorecer políticamente a sus misteriosos y clandestinos amigos
fascistas. Un libreto repleto de absurdos y contradicciones que sólo puede
caber en la cabeza de quienes pretenden que se continúe con la falacia de
pintarnos como unos delincuentes sin principios, que en el pasado tuvimos
orígenes revolucionarios, pero que ahora no somos más que vulgares
narcotraficantes.
Tal hipótesis se contradice completamente con la realidad.
Miles de combatientes farianos confrontan en toda la geografía nacional al
fascismo y al imperialismo con las armas en la mano, exponiendo sus vidas y
entregándolo todo por la revolución. La pregunta es, ¿serán ellos coadyuvantes,
agentes inconscientes o colaboradores telepáticos del proyecto de la extrema
derecha?
Hagamos un ejercicio de rememoración político-militar.
En 1999 entró el Bloque Calima a realizar masacres,
ejecuciones, torturas y violaciones en el centro oriente vallecaucano. Su
accionar criminal, abierto y escandaloso no fue en momento alguno repelido por
el Ejército o la Policía, ni mucho menos rechazado públicamente por los poderes
locales y regionales. Fueron los hombres y mujeres del Bloque Móvil Arturo
Ruiz, el Comando Conjunto de Occidente e integrantes del entonces existente
Movimiento Jaime Bateman Cayón, quienes confrontaron eficazmente a las tropas
fascistas, llevándolas a su completa derrota y al fracaso de su proyecto en esa
parte del país.
¿Tendrá sentido afirmar
que esto permitió el fortalecimiento de tendencias de derecha en la región?
¿Que condujo a la consolidación de grupos fascistas en el Valle del Cauca?
Es claro que en el andamiaje discursivo montado por los
grandes medios en contra de las FARC, existen dos prácticas de intenso uso:
La primera, de uso corriente y orientada al público popular, es la
discursiva del narco terrorismo que no es más que la readaptación del clásico
terror rojo de la Guerra Fría, que bebe en los más retrógrados mitos del
anticomunismo.
La segunda, según la cual la guerrilla tendría, bajo esta versión,
unos orígenes medianamente justos, opacados infelizmente por el desarrollo
ulterior, la adopción del narcotráfico como supuesta forma de vida y la
conversión en una difusa máquina de guerra, al mismo tiempo anquilosada y miope
políticamente, así como macabra en el plano militar.
Dentro de esta trama los guerrilleros seríamos simples
fichas de los truculentos mandos que, además, buscan contribuir con su accionar
al fortalecimiento de su enemigo.
¿Qué designios cruzan por la mente de quienes defienden
semejante hipótesis?
Montañas de Colombia,
Agosto de 2012
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