lunes, 8 de abril de 2013

¡Llegó la hora!






"Pueblo, por la restauración moral, ¡a la carga!
Pueblo, por la derrota de la oligarquía, ¡a la carga!
Pueblo, por nuestra victoria, ¡a la carga!".
Jorge Eliécer Gaitán.
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Por Ricardo Téllez 

Con la llegada de los españoles se inició la conquista. La violencia era la técnica preferida  utilizada por los invasores para someter a los nativos de este continente. Se combinaba con la negación y la división de los de abajo, la perpetuación de la ignorancia, el engaño y la superstición. Se especializaban cada día más en el manejo de la espada y de la cruz para subyugar y aniquilar, para aterrorizar y someter. Tras la invasión,  los propósitos altruistas solamente se dieron en casos excepcionales de algunos sacerdotes desinteresados y gentes del viejo mundo que abrazaban el humanismo. Fue durante la letárgica y prolongada noche de más de tres siglos de dominación colonial, donde con mayor claridad resalta la aseveración.
Los virreyes, bendecidos por el respectivo arzobispo, dosificaban con el rigor del boticario la cantidad y tipo de medicina que debían aplicar frente a la coyuntura que vivieran. Si la situación se complicaba, ahí estaban la horca, el descuartizamiento y el empalamiento para imponer su voluntad y supremacía. Así ocurrió contra los comuneros del Paraguay, Perú y Nueva Granada, por ejemplo.

Cuando las luchas por la independencia fueron arreciando y se comenzaba a vislumbrar el final del período colonial, por allá en el año de 1814 aparecieron el capitán peninsular Domingo Monteverde, un militar de apellido Antoñanzas y el contrabandista José Tomás Boves, quienes se erigieron en las figuras descollantes en la promoción masiva del terrorismo de Estado en Venezuela, aniquilando a un tercio de la población. Fueron tempraneros precursores del terrorismo y del paramilitarismo que antecedió de manera más inmediata a la independencia. Pero ello no bastó para salvar la corona.

La reconquista de Colombia se le encargó al General Pablo Morillo, el "pacificador", quien llegó a América portando los relucientes soles obtenidos en combate frente a las tropas de Napoleón. Después de fusilar a toda una generación de destacados patriotas, regresó a España cargado de ignominia, mientras la espada de Bolívar fulguraba en el cielo de América dando la libertad al Nuevo Mundo.
Francisco de Paula Santander, José María Obando y José Hilario López, instalaron en los albores de la República el atentado personal para deshacerse de sus enemigos o adversarios. La buena fortuna salvó a Bolívar en la Noche Septembrina. No corrió la misma suerte Antonio José de Sucre, víctima de la emboscada fatal en Berruecos.

Guerras civiles desatadas por caudillos liberales y conservadores para hacerse con el botín del Estado se extendieron por todo el siglo XIX, así la nación quedó herida e impotente para impedir en 1903 el matrero zarpazo de los Estados Unidos para apoderarse de Panamá.
Represión, cárcel y muerte recibieron por igual artesanos, braceros del Río Magdalena, trabajadores de ferrocarriles, campesinos, gente humilde...; la resistencia fue tenaz, pero no logró detener el espíritu sangriento de la clase dominante, la muestra más evidente y dolorosa fue la masacre de miles de trabajadores bananeros de la United Fruit Company, en Ciénaga, departamento del Magdalena, en diciembre de 1928.

Las élites locales y los inversionistas extranjeros llenaron sus bolsillos mientras la sangre obrera abonaba el surco del cual se había apropiado su verdugo.
En ningún momento la resistencia amainaba. Estaba allí. Se replegaba y volvía con renovados bríos.
De pronto alguien trata de serlo todo: rebelde, hombre, esperanza, pueblo. Es voz sonora que agita el aire y despierta conciencias, es la voz del "negro" Jorge Eliécer Gaitán denunciando a las oligarquías por los padecimientos del pueblo, la entrega de la patria al amo gringo, la pérdida de valores, la corrupción reinante, la miseria espiritual de una sociedad podrida que debe ser restaurada por y para los de abajo.

Millones de desposeídos se unen al líder. La presidencia está garantizada. El imperio y las oligarquías descendientes de Santander, Obando y López, se confabulan y perpetran entonces el magnicidio del caudillo, el 9 de abril de 1948.
Un pueblo adolorido y humillado se alza en busca de justicia. Tras la muerte de Gaitán 300.000 colombianos más serán brutalmente asesinados. Desde sus palacios señoriales los victimarios ven correr la sangre que se transforma en más riqueza y más poder para los asesinos.

Surgen guerrillas liberales que serán traicionadas por los jefes de esa organización política. Los comunistas no se doblegan. Junto al pueblo encabezan la resistencia y crean guerrillas no sujetas a designios de la burguesía, las cuales comienzan el recorrido hacia la toma del poder, combinando acertadamente todas las formas de lucha de masas, frente a un enemigo que también ofrece la zanahoria y el garrote.

Pero la violencia oficial no cesa. Los pájaros de la primera violencia mutan hacia el narco-paramilitarismo del presente con sus frenéticas orgías de terrorismo de Estado, que siembra de fosas comunes el suelo de la patria, desaparece personas y practica los "falsos positivos", pretendiendo ganar en los titulares de prensa una guerra que sabe perdida.

Cuentas mal hechas calculan los muertos en 500.000 en los últimos 30 años. Ningún presidente que haya gobernado en ese período, ni las cúpulas militares que los acompañaron están exentos de responsabilidad que comparten plenamente con las élites que representan y los habitantes de la Casa Blanca.

Llegó la hora que el pueblo todo de Colombia imponga la paz con justicia social, atando las manos genocidas de sus enemigos e impulsando los cambios que el país requiere y que los detentadores del poder se obstinan en negar. El cuerpo herido pero no vencido del pueblo colombiano se yergue altivo en esta definitiva batalla y las probabilidades de salir airoso son cada vez mayores.

Desde la Habana nos sumamos a los esforzos del pueblo llano, del pueblo-pueblo para encontrar la convergencia de las luchas populares, de los desposeídos, quienes con su movilización, organización y lucha harán realidad el milenario sueño de una Colombia mejor.

La Habana, abril 6 de 2013


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