A Esteban, desde la Tribuna
Por Cristiano Lucarelli, Movimiento
Bolivariano
Suroccidente Colombiano
Y, de pronto,
la noticia nos embargó a todos. Esteban Ramírez, guerrillero del Bloque
Occidental Comandante Alfonso Cano de las FARC-EP, cayó en combate con el
ejército en zona rural de Morales, Cauca. Desconcertados, sin saber muy bien
qué hacer, buscamos en las páginas judiciales de la falsimedia. Y sí, allí
estaba su cuerpo, el cuerpo del Paisa, como trofeo de guerra de la
enorgullecida fuerza represiva. Vino el dolor, el insomnio, la nostalgia, la
inquietud.
Varios días de
rabia, de vivenciar el odio de clase en su máxima frecuencia, de estrellarse
contra una cotidianidad que no da espera al duelo, a la rabia por el compañero
ido. Recorríamos uno a uno sus escritos en Identidad, la revista del Movimiento
Bolivariano, al tiempo que recitábamos lo que le escribiera hace poco como
homenaje a Alfonso Cano. Parecía que nuestros corazones se estrechaban y que
negábamos lo que finalmente había pasado.
Con Esteban, lo
confieso, no compartí muchos momentos ni tampoco tuve una amistad de esas que
se construyen en años de confianza y afecto. Pero sabía de sus capacidades,
conocía de su arrojo y, además, compartía con él la fraternidad de un buen
puñado de amigos mutuos, de compas de verdad que conocían su breve historia de
joven rebelde.
De las montañas
de Caldas, su tierra, a las del Cauca, donde se hizo un combatiente de la casta
de Manuel, hay un corto trecho marcado por el compromiso, el amor y la
irreverencia. Esteban, me cuentan, le enseñó a muchos que la conspiración no
riñe con la carcajada ni con el abrazo.
Pero la bruma
del dolor por la muerte de un camarada, me incita con dolor a escribir sobre lo
que nos es mutuo. Porque con Esteban no solo compartimos militancia y
amistades, sino el hecho de ser parte de una misma generación, no tanto en el
sentido etario, como en el balompédico. Hinchamos, obviamente, por equipos
distintos y en tribunas distintas, pero los azares de la vida nos pusieron del
mismo lado en la lucha de clases.
Esteban,
guerrillero, comunista, se forjó al calor de aquella generación de adolescentes
que hacia 1997 buscamos romper con los cánones de la tradicional afición
futbolera colombiana y llevamos hasta las últimas consecuencias –para bien y
para mal- lo que habían empezado aquellos de la generación del 91: los primeros
saltarines y los pioneros del humo tribunero. Eran los tiempos de los primeros
viajes para ver al club fuera de casa, de las primeras peleas y de la difusión
de los casetes de Los de Abajo, Garra Blanca y La 12. Fuimos, de alguna manera,
gotas dentro de una misma marejada de jóvenes descontentos dispuestos a todo.
Quizá, en algún
momento del 98 o el 99 me cruzara con Esteban en alguna calle circundante a una
cancha, los ánimos arriba, el sentido tribal del barrista a flor de piel. Hoy,
infelizmente, no puedo hablar con él de esto, rememorar aquella época en que
nos sentíamos pariendo una nueva forma de vida, una rebelión tribunera.
Los tiempos
pasaron. Una gran cantidad de antiguos amigos convirtió la tribuna en su
negocio mafioso y en su forma de vida. Otros, mutaron en amigos de la policía.
Por caminos heterogéneos, pero convergentes, otros pocos barristas pasamos del
para-avalanchas a la lucha social, del papel picado al esténcil y el explosivo
artesanal. Y allí, tejiendo revolución, estaba Esteban, a quién la represión lo
llevó a asumir consecuentemente la lucha armada, teniendo entonces que cubrir
su querida camiseta futbolera con el camuflado de los guerrilleros de las
FARC-EP.
Sé que no seré
el único que en unos cuantos domingos estaré viendo a mi equipo salir a la
cancha. Y sé que no seré el único que en ese momento mágico que solo el hincha
conoce, pensaré en Esteban y sabré que, a pesar de que nuestros colores son
distintos, alentamos al mismo pueblo y vestimos la misma camiseta: la camiseta
de Esteban, que es también la camiseta de Manuel.
Y entonces, al
borde del susurro, cantaremos en ritmo canchero:
“Porque al Paisa lo quiero
no lo voy a olvidar
porque al Paisa lo quiero
no lo voy a olvidar
porque Esteban, porque Esteban:
¡Es fariano de verdad!”
Gracias por este texto tan bello y sentido, y tan cercano a nuestro amigo, compañero y camarada. Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos.
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