El periodista Alfredo Molano Bravo viajó a la Habana (Cuba), donde el gobierno Santos y la guerrilla de las Farc adelantan conversaciones de paz.
Por: Alfredo Molano Bravo.
El jefe del
equipo negociador de las Farc, ‘Iván Márquez’, junto al recién ingresado
a la delegación insurgente, ‘Pablo Catatumbo’. /EFE
En el Hotel Sevilla se reunió con ‘Pablo
Catatumbo’, ‘Iván Márquez’ y ‘Jesús Sántrich’ para conocer los
planteamientos del equipo negociador de la insurgencia sobre los
diálogos que avanzan hacia la novena ronda. Los comandantes guerrilleros
sostuvieron que no fueron hasta allí para entregar las armas que el
Estado no le ha podido quitar en 50 años de confrontación. Este es el
relato del encuentro con los jefes guerrilleros.
Pasar del Duty
Free de San Salvador a la calle del Obispo en La Habana Vieja es cambiar
de mundo. De tiendas atestadas de perfumes, relojes, licores, corbatas
de seda, tacos de puntilla y bares a media luz, en tres horas se pasa
—después de sobrevolar los azules marinos, los ocres de tierra y los
verdes de cañaduzal— a un comercio pobre, pero no triste: en cada
esquina hay un conjunto tocando y cantando ritmos que los peatones
bailan cuando pasan y los extranjeros miran y oyen mientras se toman un
daiquirí. Cuba es hoy una sociedad empobrecida que se empeñó en
construir “golpe a golpe” una utopía. Bella sí, pero utopía también. La
reconstrucción de La Habana Vieja va andando a paso caribeño; hay
soberbios edificios de fines del siglo antepasado y comienzos del pasado
—cuando había reyes del azúcar y capos del alcohol de contrabando, y un
precursor del narcotráfico de la cocaína fabricada en Barranquilla y
mercadeada por un paisa—; avenidas amplias como El Prado, inspirada en
las Ramblas de Barcelona, y un malecón abierto al mar y a la brisa.
A
la habitación 615 del magnífico Hotel Sevilla, donde yo garabateaba la
columna sobre la Madre Laura y donde se alojó Al Capone, me llamó Pablo
Catatumbo. Había hecho mil vueltas para conversar con él, a quien conocí
en Caracas después de las conversaciones que las Farc y el gobierno de
Gaviria iniciaron en Cravo Norte y terminaron en el fracaso de Tlaxcala.
Pablo es hoy la voz que le ahogaron a Alfonso Cano con toneladas de
explosivos lanzadas desde 35 helicópteros de la Fuerza Aérea Colombiana.
Una hazaña de la causa, digo yo. Catatumbo era el sucesor natural de
Cano y su mando va desde Tolima y Valle hasta Cauca y Nariño. Carlos
Castaño asesinó a su hermana y el Ejército ha tratado de cazarlo muchas
veces. Pero ahí llegó al lobby del hotel con guayabera y en compañía de
Iván Márquez —jefe de la delegación de las Farc que trata de llegar a un
acuerdo de paz con el gobierno de Santos— y del enigmático comandante
Sántrich. A Iván lo conocí en el Caguán cuando el Mono Jojoy conversaba
con Carlos Ossa, Pardo Rueda y María Jimena Duzán sobre la sustitución
de cultivos de coca de los campesinos por cacao. A Sántrich no lo
conocía, pero quería conocerlo porque me parece que es el hombre que les
pone un tono macondo a las muy acartonadas reuniones con el Gobierno.
Me habría gustado hablar también con De la Calle, con Alejandro Reyes y
con el no menos enigmático doctor Sergio Jaramillo, pero el palo aún no
está para hacer cucharas.
La reunión con los tres comandantes
comenzó con un “¿qué más?” rodeado de un incómodo silencio de asesor;
una especie de pregunta que nadie responde y que termina como debe ser:
en puntos suspensivos. Luego se bordea, se pide un café y se remata con
un mojito para entrar en materia, que no fue mucha: puntadas sobre una
telaraña (lo que las señoras llaman pespuntear). Iván dio un primer
paso: “¿Y qué lo trae por aquí?”. Pues, como le digo —en realidad no le
había dicho nada—, quiero saber en qué están ustedes. “Ahí vamos —me
respondió sonriendo—, en la brega. El Gobierno está duro y nosotros no
vinimos a rendirle las armas a quien no ha podido quitárnoslas”.
Entonces —pregunté haciendo de abogado del diablo—, ¿en qué puede parar
el negocio, si ustedes no tienen otro capital? “Nosotros —dijo Pablo—
tenemos pueblo, estamos hechos de pueblo; la gente nos quiere y nos
sigue, la prueba está en que la llamada sociedad civil quiere participar
en los diálogos, y lo ha hecho. El Gobierno tiene miedo de abrir
puertas y ventanas”. Acepto el argumento. Pero, me atravieso: Uribe
también tiene pueblo. “El poder sirve para agarrar pueblo a mansalva,
hasta de locos de atar como Pachito —argumenta riéndose Santrich, que no
pierde una acidez demoledora y burlona pese a estar casi ciego—. Pero,
vuelvo yo a la carga: ¿Y de los fierros, qué? Iván responde: “Las armas
no se entregarán, desaparecerán, así como aparecieron para enfrentar la
persecución y el asedio de esa trinca hecha por terratenientes,
militares y paramilitares, llámense estos Chulavitas, Pájaros,
Guerrillas de Paz o bacrim. Es que el negocio es entre dos partes y el
Gobierno tiene que comprometerse a no dejársela montar de los ganaderos,
de los generales y de Los Urabeños. Debe asegurarnos, y no con meras
palabras, que la negociación va en serio y que supone enmiendas
profundas”. A papaya servida, papaya partida —pienso yo—, antes de
soltarles la siguiente provocación: ¿Enmiendas a la Constitución? “No
hay guerra civil en nuestra historia que no termine con una nueva
Constitución, comenzando con la guerra de Independencia, que dio
nacimiento a la Constitución de Cúcuta, pasando por el triunfo de
Mosquera en 1861 y la Constitución del 63 —de la que mucho hay que
aprender—, hasta la reaccionaria Carta del 86, fruto del triunfo militar
del nuñismo en el 85. Pese a todo, a la del 91 le faltó ‘un hervor’
porque no estuvimos nosotros”.
Ahora no está Marulanda, que era
ante todo un campesino. Hoy son ustedes, hombres y mujeres formados en
la universidad, los que tienen el mando —comento con cierta prudencia—.
“Sí, así es, dice de nuevo Pablo, pero su sucesión estaba preparada; en
las Farc nada ha cambiado. Las mismas ideas que nos llevaron a la guerra
son las que defendemos en la mesa y mañana en la calle. No sólo
estábamos preparados para la muerte del camarada, sino para la de Reyes,
la del Mono, la de Alfonso y la de cualquiera de nosotros. Tenemos una
institucionalidad fuerte. No tenemos sólo plan B, tenemos muchos.
Pensamos, como guerreros que somos, con flexibilidad, pero sin abandonar
los principios ni ablandarnos. El Gobierno sabe, aunque diga lo
contrario, que no estamos derrotados. ¿O es que está aquí de pura
cachaquería? Y, para ser justos y claros: aceptamos que tampoco hemos
podido derrotar a sus fuerzas armadas. Lo que también se debe saber es
que no vamos a pagar cárcel, no luchamos por disminuir sentencias;
nosotros estamos en armas porque no acatamos la Constitución vigente y
sabemos que por la paz las cortes internacionales están dispuestas a
sacrificar su rigidez. La guerra la sienten los militares, los
ganaderos, los empresarios. La guerra no la pagamos sólo nosotros, los
combatientes y nuestras familias, sino el pueblo en general. La verdad
es que aquí todos, incluidos los medios de comunicación, somos también
victimarios. Que nadie venga ahora a lavarse las manos con avemarías
ajenas. Que se sienten con nosotros todos los victimarios y que
traigamos todas las víctimas. Y que crezca la audiencia, como diría
Jorge Zalamea.
Colombia no es una excepción en América Latina,
donde se han dado y se están dando cambios muy profundos. Colombia tiene
una asignatura histórica pendiente: la democracia. Nosotros estamos
dispuestos y, como dice el corrido de José Alfredo Jiménez, ‘si nos
dejan’, a contribuir a construirla. Y si no nos dejan, peor para ellos”.
Silencio. Un remate que nos volvió al silencio de puntos suspensivos.
Para cortarlo, pregunté: ¿Y de la bella holandesa, qué? “Ella —dijo
Iván— ha sido muy maltratada por la prensa. Ella es una
internacionalista, una mujer que no sólo habla colombiano y piensa como
colombiano, sino que sabe más que usted, Molano, de los problemas
agrarios del país”. Remato yo con torpeza: Ella sin botas y con tenis se
debe ver más linda.
Silencio final. Puntos suspensivos.
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