Por Gabriel Ángel
A estas alturas la trama del gobierno de Juan Manuel
Santos está suficientemente al descubierto como para ignorar la realidad acerca
de sus intenciones de paz. Y vale la pena alertar a la opinión nacional e
internacional al respecto. No es cierto que quiera la paz, ni que esté animado
por sentimientos de reconciliación, menos que lo muevan a actuar aspiraciones
de grandeza. Por el contrario, Santos obra de manera calculada y aleve, a
objeto de lograr imponer a la insurgencia colombiana todas las condiciones y
decisiones que de antemano ha concebido.
La principal de las cuales es su rendición y sometimiento.
Para ello se vale de todas los timos que su especialidad como tahúr le ha
enseñado. Aparentar lo que no piensa, hacer creer al contrario lo que no es
cierto, barajar con maña, esconder ases bajo la manga y llegado el caso, patear
la mesa con furia alegando trampa para enseguida apelar a sus pistolas y
eliminar al contrincante. Como digno exponente de la más rancia oligarquía
bogotana, Santos siente enorme desprecio por las gentes que considera bajas, y
sólo piensa en aplastarlas como alimañas si no le obedecen
Obviamente, los primeros destinatarios de su odio de clase
somos los integrantes de la insurgencia armada, y entre ella las FARC-EP. Él,
que ha pertenecido siempre a los más altos círculos del poder, ocupando
diversos ministerios en los últimos gobiernos, siente mejor que nadie la enorme
frustración que significa haber empleado toda la fuerza del Estado, con el más
sofisticado apoyo tecnológico militar extranjero y cantidades ingentes de
dólares, sin poder doblegar la rebeldía que encarnamos dignamente los alzados.
Por eso se decidió a ensayar su propia fórmula.
Que en lo fundamental consiste en unir creativamente todas
las anteriores. La seguridad democrática de Uribe, las conversaciones de paz de
Pastrana, las exploraciones dubitativas de Samper y hasta los diálogos en el
exterior de Gaviria. Hábilmente esquivó la experiencia del doctor Betancur, por
considerar que implicaba conceder demasiado protagonismo a sus enemigos. Lo
nuevo de su estrategia está en la apelación a las últimas teorías sobre
resolución de conflictos, toda esa argucia técnica y jurídica tejida por los
expertos de Harvard y ahora tan de moda aquí.
No somos tan ingenuos como para no captar el profundo
contenido de clase que se encuentra concentrado los estudios de los académicos
a sueldo del imperio, bien sea en los Estados Unidos, Europa o Colombia. Las
tres etapas de las conversaciones se hallan traspasadas por una intención
inocultable, la de dejar al llamado proceso de paz únicamente el asunto de la
desmovilización y entrega de armas, sobre la base de considerar que los demás
contenidos teóricos recomendadas por los expertos ya fueron o serán definidos
por fuera de la Mesa.
Así que la guerrilla se encontrará con una maraña
insalvable de leyes y decretos elaborados de antemano, y que ya se ocuparon,
con la exclusiva visión del poder, de los asuntos que debían discutirse en una
mesa de conversaciones. La ley de víctimas y restitución de tierras fue
producida con el exclusivo propósito de sacar de cualquier futura conversación
el tema de los afectados por la violencia imputable al Estado u otros agentes,
para que en la Mesa pudiera arrinconarse a la guerrilla con el tema de sus
víctimas agigantado por una enorme campaña de prensa.
Igual podría predicarse de la restitución de tierras.
Ninguno de los reclamantes inscritos o restituidos va a poder referir su
condición en una Mesa de Conversaciones. Sus casos se encuentran en trámite y
resultarían impertinentes, independientemente o no de que su situación halle
satisfactoria solución. Esa misma pretensión se tuvo con la ley marco para la
paz. La Mesa no tenía por qué ocuparse de fórmulas de justicia por cuanto la
ley ya las había establecido de antemano. La justicia transicional sería el
único marco de discusión admisible.
La misma inspiración animaba el proyecto de ley de tierras
y desarrollo rural que terminó enredado por la cuestión de las consultas:
presentar en la Mesa una serie de hechos cumplidos que significaban un ligero
marco para proponer si acaso algún mínimo retoque. El tema, en todo caso, no
tendría desarrollos importantes en las conversaciones por cuanto ya sus principales
aristas habían sido fijadas por el legislativo con las limitaciones impuestas
por el latifundismo, el capital agroindustrial y los inversionistas externos.
En esto patinaron y por eso están tan molestos.
El único aspecto que el gobierno de Juan Manuel Santos
desea inscribir en los diálogos de paz es el de los presuntos crímenes de todo
orden que imputa a la insurgencia. Es un hecho tan notorio que ni siquiera
puede ponerse en duda. Desde su comienzo, el proceso ha estado rodeado de una
gigantesca campaña de prensa que atribuye a las FARC la comisión de toda clase
de ilícitos de lesa humanidad, de guerra, de desposesiones y atropellos, con la
intención de constreñirnos al ciego reconocimiento de ellos, so pena de
acusarnos de haber mentido y engañado al país de nuevo.
Santos pretende mostrarse ante el mundo como el hombre que
generosamente extendió la mano del perdón. Si la insurgencia lo rechaza,
considera que contará con la legitimidad necesaria para insistir en su
aniquilamiento. Y si cayera en el juego, contaría con alguna posibilidad de
reintegrarse sin banderas a la sociedad de injusticia y violencia que algún día
soñó cambiar, descabezada de sus jefes y cuadros que tendrían que pagar
condenas y en todo caso estarían impedidos para tomar parte en actividades
políticas. Si es que no son extraditados.
Por eso calumnia y difama con la seguridad que le confiere
el sentirse completamente impune. Sus discursos se encaminan a engrandecer su
obra a causa de nuestra ruina política y moral, olvidando que somos sus
adversarios no sólo en el campo de combate sino en una mesa de conversaciones
reconocida internacionalmente. Se ampara en la tesis de que no se pactó ninguna
tregua, ni siquiera en el discurso. Y amenaza con poner fin al proceso si no se
producen avances satisfactorios. Satisfactorios para los de su clase, desde
luego, no para los de abajo.
La parafernalia está montada para caernos encima apenas se
convenzan de que no vamos a claudicar nuestras razones. Seguimos adelante pese
a ello, porque sabemos que millones de colombianos abrumados por la
desigualdad, la injusticia y la represión aguardan una esperanza cierta nacida
de la paz. Santos los ignora y aborrece por completo, seguro de que nos
hallamos solos y sin el menor respaldo en esta brega. En esto se equivoca por
completo. Es mucha la gente que nos acompaña y que está dispuesta a
demostrarlo. No lograrán asustarnos.
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Publicado por FRENTEAN para Frente Antonio Nariño FARC-EP el 2/27/2013 06:05:00 a.m.
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