Manuel Marulnda junto con los 48 guerrilleros en Marquetalia en mayo 1964. |
El conflicto
adquirirá dimensiones no pensadas. Es una cuestión elemental. Basta con
recordar a los 48 campesinos que enfrentaron la operación Marquetalia.
Gabirl Ángel |
Comienza el año
nuevo y ya escuchamos otra noticia trágica. Las fuerzas militares dan parte al
país de la eliminación, mediante el método del bombardeo aéreo, de más de una
docena de guerrilleros de las FARC en los límites de Chocó y Antioquia. La
prosperidad democrática enseña de nuevo sus brutales dentelladas y nuevamente
se aterra la gente buena de Colombia.
Las víctimas se
hallaban en alguno de sus campamentos, en las entrañas de la selva, celebrando
desprevenidos las festividades de fin de año. Ingenuamente confiados, contra
toda orientación y advertencia de los organismos superiores de dirección, en
que el cese el fuego decretado por la organización para esta época los mantenía
al margen del peligro.
Un gesto
reprochable desde cualquier perspectiva disciplinaria a la luz de la
experiencia bélica. Sobre todo tomando en cuenta las arrogantes y frecuentes
amenazas proferidas por los altos mandos de las fuerzas regulares, quienes al
igual que el ministro de defensa, se refocilan permanentemente en los medios
advirtiendo de severos golpes a ejecutar.
Sin embargo, y
por encima de los imperdonables yerros de algunos mandos guerrilleros, los
cuales por desgracia pagan con su vida y la de varios de sus combatientes, no
dejan de parecer obsesivos y criminales la actitud, la mentalidad y el
comportamiento del gobierno de Juan Manuel Santos, quien al tiempo que
discursea de paz no deja dudas sobre su devoción por la sangre.
Las FARC hemos
demostrado en todas las formas posibles nuestra voluntad de diálogo y
reconciliación. En aras de una solución civilizada al grave conflicto que
padece el país, hemos llegado a pasar incluso por encima de los cadáveres de
nuestros más importantes y queridos Comandantes. Hemos puesto una y otra vez la
otra mejilla para no echar todo al abismo.
Nuestro credo
es muy sencillo. La oligarquía de este país, con sus inveteradas prácticas
violentas de explotación y dominación, terminó por generar la respuesta armada
de los de abajo, respuesta que han intentado durante décadas exterminar, sin
conseguirlo, mediante el empleo de las más abominables prácticas de terror. La
paz significa poner término definitivamente a todo esto.
Que cese el
alzamiento guerrillero, sí. Pero para que esto sea posible, es necesario poner
fin, para siempre,al ejercicio del poder mediante la intimidación y la muerte.
Que se abran los espacios para expresar libremente la inconformidad con el
orden de cosas. Que se generen unas condiciones mínimas de justicia social y
convivencia. No nos parece una cuestión inadmisible.
Sin embargo,
plantear las cosas de ese modo, resulta intolerable para el régimen. Su
posición se limita a exigir una y otra vez la rendición incondicional de la
rebeldía. Bajo la soberbia amenaza de una aniquilación inminente. La oligarquía
colombiana presta oídos sordos a cuanto no signifique un sumiso sometimiento.
Sólo la satisfaría un acuerdo de rendición agradecida.
De ahí que se
niegue a hablar de cese bilateral de hostilidades, de participación de la
población en las conversaciones, de cualquier aproximación entre pueblo e
insurgencia. De ahí su sentencia de no discutir la aplicación de ninguna de sus
políticas. Desmovilización cuanto antes repite incesante. Y sigue matando,
amenazando y matando, matando y amenazando. Como siempre.
Gracias al cese
el fuego declarado y cumplido religiosamente por las FARC-EP, millones de
colombianos pudieron disfrutar tranquilamente la navidad y el año nuevo.
Incluidos los prisioneros de guerra liberados incondicionalmente por nosotros
el año anterior. Y numerosos burgueses que saben que no serán retenidos gracias
a nuestra decisión declarada oficialmente.
Sin embargo,
otra porción inmensa de compatriotas ignora todavía lo que puede significar una
temporada de paz. Se trata de los habitantes de las zonas ocupadas por el
Ejército Nacional. Para ellos no cesan las requisas, los retenes, los
amedrentamientos, las capturas, la hostilidad diaria. Ni el sobrevuelo de las
aeronaves de guerra, ni los bombardeos y ametrallamientos.
Que terminarán
llegando también a las puertas de las grandes ciudades, tal y como van las
cosas, puesto que la guerrilla no va a doblegarse ante la furia del régimen. Y
entonces éste acrecentará su labor persecutoria hasta el último rincón donde
resuene una voz inconforme. Un destino que, empezando el año, debiera ser
compromiso de todos evitar.
La paz se
encuentra en perspectiva siempre que sean muchas las voces que se alcen a
exigir al Gobierno de Juan Manuel Santos un cambio en sus posturas. Podemos
tener un país mejor, siempre que millones de colombianos asuman su protagonismo
político en la exigencia de cambios y reformas. Es la disyuntiva que se le
plantea a nuestra nación al comenzar el 2013.
La fórmula que
recitan los voceros oficiales según la cual nada en la Mesa de Conversaciones
está acordado hasta que todo esté acordado equivale a un todo o nada. Desde la
óptica del régimen significa que mientras no se acuerde la rendición y entrega
nada tendrá sentido. Otra debería ser la opción popular. La oligarquía debería
sacrificar algo por la paz, so riesgo de perderlo todo.
En un
inevitable discurrir, cada día, cada mes, cada año, decrecerá el número de
bajas guerrilleras por causa de los bombardeos aéreos. Y crecerá el número de
los aviones y helicópteros echados a tierra por la insurgencia. Los
cinematográficos uniformes de los soldados mercenarios no los protegerán del
fuego guerrillero. Ni a ellos ni a quienes les dan las órdenes.
El conflicto
adquirirá dimensiones no pensadas. Es una cuestión elemental. Basta con
recordar a los 48 campesinos que enfrentaron la operación Marquetalia. Desde
entonces los gringos estaban aquí, traídos de Corea y el Vietnam. Hoy llegan
con sus drones desde Afganistán e Irak, a aconsejar a los generales que
despectivos nos cifran en unos pocos miles. Perdónalos Señor…
Montañas de
Colombia, 2 de enero de 2013, 63 cumpleaños del Mono Jojoy.
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