Guerrilleros de las FARC-EP en la trocha. |
Tenemos todo el derecho a llamarnos revolucionarios y a ocupar el lugar que nos merecemos en la construcción del nuevo país
Por Gabriel Ángel
La ideología de
las clases dominantes nunca bramó con tanta soberbia como tras la caída de la
Unión Soviética. Lanza en ristre, políticos, académicos, intelectuales,
militares y hasta comunistas arrepentidos se echaron encima del pensamiento
revolucionario, alegando que carecía de lugar, pretendiendo ridiculizar a sus defensores
y celebrando misas por su muerte intempestiva.
Absurdas
elaboraciones sin el menor sustento histórico o científico pasaron a remplazar
lo que llamaron con desprecio el metarelato. El fin de la historia, el choque
de las civilizaciones, la ola democratizadora, sucesivamente emergieron
novísimas interpretaciones de la realidad, bendecidas de inmediato por el gran
capital y universalizadas con loas por los grandes medios.
Peor aún la
avalancha desatada contra los revolucionarios en armas. Al tiempo que los
marines norteamericanos pertrechados con el arsenal más moderno, amparados por
sofisticada artillería, naves de guerra y aviones de alta tecnología
destructiva, humillaban al Ejército iraquí en la Tormenta del Desierto, se nos
hizo saber que nada justificaba ahora las rebeliones armadas.
Sin importar el
lugar, las condiciones históricas,ni la naturaleza de las contradicciones
económicas, sociales, políticas o culturales que particularizaban la situación
de las distintas luchas de los oprimidos, un decreto expedido en las alturas
imperiales, y aplicado de inmediato por sus cipayos en cada país, sentenciaba
que sólo tenían algún sentido los medios pacíficos.
Dando por
sentado, por supuesto, que en todas partes existían condiciones plenas para
ejercicio de tal expresión de la lucha popular. Y partiendo de la premisa de
que todas las manifestaciones, armadas y no armadas de inconformidad y
rebeldía, habían tenido origen exclusivo en el interés soviético por ampliar su
dominio en el mundo. Muerta la madre, había que sacrificar los hijos.
Si todas las
formas de la lucha contra la explotación capitalista eran inyectadas por el
comunismo ruso, si las presuntas injusticias y opresiones contra las que se
alzaban los pueblos no eran más que invenciones de la propaganda subversiva
promovida por Moscú, si el capitalismo era el escalón más alto e insuperable
alcanzado por la humanidad, no había más remedio que rendirse.
Entre otras
cosas, porque con el derrumbe del paradigma se pretendía probar la imposibilidad
de una alternativa distinta. Todos los medios y discursos repitieron
incesantemente que la salvación buscada no existía, como acababa de ser
demostrado, pero sobre todo porque el peligro jamás había existido tampoco. El
capitalismo nunca había sido un monstruo, sino una bendición bendita.
Canallas,
miserables, dinosaurios despreciables y estúpidos, momias congeladas en las
nieves del tiempo, piezas desechables de museo, ciegos sin lazarillo y sordos
sin remedio, qué no se dijo de quienes perseveramos en la lucha contra las
injusticias. La furia reunida de todos los huracanes era pequeña ante temible
tsunami que se abalanzó sobre los revolucionarios y rebeldes.
Muchos
cedieron, es verdad. Bebieron de la nueva fuente de la sabiduría y quedaron
perplejos, anonadados por el descomunal gigantismo del poder omnímodo.
Resignaron sus ideas y sus esfuerzos por transformarlo todo y construir su
verdad. No merecen una palabra más que se refiera a ellos. Nosotros no,
nosotros seguimos apostando a la causa y seguros de triunfar.
Desde entonces
todas las iras imperiales y oligárquicas cayeron sobre nuestras humanidades, no
hubo infamia que no se atribuyera a nuestra organización. Perseverar en la
lucha se convirtió en estigma, patíbulos ejemplarizantes se irguieron para
ejecutarnos con sevicia, los círculos del poder celebraron al unísono una y
otra vez cada golpe que recibíamos. Nos volvieron malditos.
Aun así
seguimos adelante. Inspirados entre otras cosas por la dignidad del pueblo de
Cuba, esa nación de titanes que iluminados por las palabras del Fidel y El Che,
se levantaba invencible en las narices del Imperio. Animados por la claridad
diáfana del pensamiento de nuestros fundadores. Reivindicando la sangre y el
honor de aquellos de los nuestros que caían en la embestida.
Pero sobre
todo, conscientes de que no porque la repitieran millones de veces, la mentira
institucionalizada iba a volverse cierta. Mientras el hambre y la injusticia
afectaran a una inmensa mayoría de nuestros compatriotas, mientras la violencia
sanguinaria del Estado continuara cercenando miles de vidas en nuestro suelo,
nuestras razones al nacer se mantenían vivas.
No porque
lograran imponerse por la fuerza de las armas y el miedo, se volvían válidos
los argumentos del gran capital para saquear sin tregua las riquezas de nuestro
país, para cortar de un tajo los derechos conquistados por los trabajadores en
un siglo de luchas, para redistribuir la propiedad de la tierra a su favor
mediante la generalización de la masacre y el destierro.
No porque nos
llamaran de la peor manera, porque aseguraran que carecíamos de ideas y sólo
nos alentaban motivaciones viles, porque sus cantos de sirena nos invitaran a
la rendición al tiempo que nos arrojaban toneladas de explosivos y metralla
encima, las FARC-EP íbamos a dejar de alentar a nuestro pueblo a la lucha y a
arrojar la decencia a un lado del camino.
Somos
revolucionarios, creemos en la posibilidad de que el pueblo colombiano reviente
las cadenas con que ataron su soberanía nacional, apostamos sin dudar a que de
abrirse los espacios para la expresión libre del pensamiento y el ejercicio de
la actividad política, sin riesgo para la vida y la libertad, la gente honrada
de nuestro país, esa gran mayoría, alcanzará los cambios necesarios.
Siempre hemos
sabido que no es mediante la fuerza solitaria de las armas como vamos a
conseguir el poder para nuestro pueblo. Pero sí sabemos que en las condiciones
violentas y ventajistas en las que la oposición política es obligada a actuar
en nuestro país, las solas vías pacíficas resultarán insuficientes. La sola
historia de la UP lo demuestra.
En la
particular situación que el pueblo de Colombia se ha visto obligado a vivir, el
empleo revolucionario de las armas ha sido necesario para sostener la
resistencia y mantener abierta la posibilidad de abrir el paso a una verdadera
democracia. Ha sido la oligarquía de nuestro país, servil al imperialismo, la
que ha hecho siempre la guerra. Nosotros le hacemos frente.
Que todo eso
cambie es nuestra aspiración al dialogar con el gobierno en La Habana. Para
alcanzar esa Mesa hemos tenido que soportar la más demencial arremetida que
haya sufrido algún pueblo en toda la historia de nuestro continente. Durante 49
años continuos, miles de mujeres y de hombres hemos entregado lo mejor de
nuestras vidas sin recibir un centavo a cambio.
Eso no nos
confiere el derecho a considerarnos superiores a nadie. También somos
conscientes de eso. Pero sin duda que tanto esfuerzo, tantas vidas regadas en
el camino, tantos mártires sacrificados en la tortura y las mazmorras, nos
otorga el derecho a llamarnos revolucionarios y a ocupar el lugar que nos
merecemos en la construcción del nuevo país. Nadie puede negarlo.
Montañas de
Colombia, 25 de mayo de 2013.
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